Un testimonio del Evangelio hecho carne y de optimismo transformador
“Y hablo de países y de esperanzas,
hablo por la vida, hablo por la nada,
hablo de cambiar ésta, nuestra casa,
de cambiarla, por cambiar, nomás.
¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón”. Fito Páez
Las realidades sociales nos abarcan a todos los seres humanos; nos mojan, nos moldean, nos mueven, nos transforman a lo largo de nuestras vidas, de una u otra manera. Y el experimentar, el conocer o el darse de frente con esas realidades, que muchas veces van más allá de nuestro contexto cercano y de nuestra zona de comodidad, o nos hace comprometernos con la vida, o nos convierte en indiferencia hecha carne, en muro insalvable que frena la posibilidad de mejorar nuestras mismas condiciones de existencia y las de los demás seres que nos rodean. Optar por lo primero, siempre, desde la esperanza, desde la persistencia, desde el corazón, desde el respeto por la dignidad y la integridad con todas las personas, desde la corresponsabilidad con nuestra casa común, es lo que identifica a los y las caminantes de paz.
Siendo niño, el sacerdote costarricense Francisco Hernández Rojas –o mejor, el “Padre Chico”, como lo reconocemos con cariño (por cómo se le dice a los Franciscos en su país)– creció en un entorno que más que una familia formada por padres y ocho hijos (tres mujeres y cuatro hombres), era un micromundo de intercambio constante de ideas diversas e, incluso, opuestas, sobre situaciones políticas y comunitarias lejanas y próximas, y sobre alternativas o estrategias para modificar aquello que se veía como injusto e inhumano; nació en 1956, año de guerra fría, pruebas de bombas nucleares, independencias no necesariamente pacíficas entre territorios, enfrentamientos entre el capitalismo y el comunismo… múltiples asuntos problemáticos que se volvían agenda de conversación constante e inevitable en su hogar. Y tal vez por eso aprendió que esa pluralidad de visiones, posiciones y propuestas, en lugar de dar paso al conflicto, podía llegar a ser una gran posibilidad para dialogar y compartir, descubrir, crear y trascender en el paso por este mundo, ayudando a los demás.
Recuerda Chico que en su hogar (en Cartago, ciudad natal) era normal escuchar y hablar con frecuencia de filosofía desde los planteamientos de Platón o de otros pensadores clásicos o más contemporáneos, de marxismo o capitalismo, de la caridad desde los principios de los franciscanos o de la contemplación desde los capuchinos… y ese popurrí maravilloso “te hace crecer con una cabeza muy abierta, escuchando diversas formas de pensar y, al mismo tiempo, reconociendo que somos distintos en los esquemas”, y añade: “éramos totalmente diversos en el mundo de las ideas, pero totalmente unidos en el mundo de la familia; pese a que había diferencias, estábamos por encima de esas ideas, defensas y convicciones particulares. Eso, de alguna manera, te ayuda a ir gestando el reconocimiento del valor de las otras personas”.
En él, tal reconocimiento se fue agrandando y consolidando a medida que crecía, al igual que sus inquietudes sociales. En gran parte, como él afirma, por su pasión por diferentes artes –“sobre todo teóricamente, porque no tengo ninguna facultad artística”, confiesa con humor–, lo que considera que da pie a tener una sensibilidad social especial por los otros seres humanos y por lo que expresan. En parte, además, por su gusto por el cine de la época, que no en pocas películas reflejaba las consecuencias de las guerras mundiales, lo cual lo acercó, casi sin darse cuenta, a la Doctrina Social de la Iglesia. En parte, también, por su llegada a la Universidad de Costa Rica, donde cursó cuatro años de ingeniería civil y otros de filosofía. Todo ello, entonces, determinó su vocación y su camino, pues pese a lo previsto, tomó nuevos rumbos para asumir un compromiso más activo con aquellas situaciones de injusticia que percibía y que no le eran indiferentes, comprometiéndose con el sacerdocio:
Esa confluencia empezó a darme cierta inclinación hacia algo que yo andaba buscando, y era encontrar cómo lograr una simbiosis entre ese mundo vinculado a la búsqueda de la justicia social, y una experiencia de fe propia. Entro, entonces, al Seminario Mayor, y empiezo a enlazarme, aún más, a la proclama de la equidad, la justicia, los derechos humanos, especialmente participando en la Pastoral Social, todavía siendo seminarista.
Pero si algo lo llevó a abrir la puerta, y salir a caminar por la paz, sin duda, piensa él, fueron algunos hechos claves que le hicieron cuestionarse sobre cómo vivir su vocación: estudiar Pacem In Terris, sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad; conocer personalmente a S.S. Juan XXIII, autor de dicha carta encíclica, y constatar la coherencia entre su estilo de vida y sus palabras; asistir al Segundo Encuentro Latinoamericano y del Caribe de Derechos Humanos, organizado por el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), donde hizo presencia Luis Pérez Aguirre, “Perico, un gran maestro” (jesuita promotor y defensor de los derechos humanos), y acercarse a las posturas de la Teología de la Liberación desde la visión latinoamericana.
Yo me ordeno sacerdote en 1984; aún era estudiante de Filosofía en la Universidad de Costa Rica. Por eso, el arzobispo me envía allí a ejercer la Pastoral Juvenil, desde la parroquia universitaria. Tiempo después, surge la posibilidad de viajar a Lima a estudiar Teología Latinoamericana, y ahí me acerco a la Liberación, gracias al padre Gustavo Gutiérrez Merino Díaz. Yo había leído su obra en el seminario, pero tuve la fortuna de ser su alumno […].
Al regresar, me designan director, en la Arquidiócesis de San José, de la Pastoral Social-Cáritas; ahí estuve hasta el año 95. Después pasé a ser el secretario ejecutivo de la Pastoral Social Cáritas de la Conferencia Episcopal, hasta el 99, cuando el arzobispo me comunicó que había sido designado por el CELAM como Secretario Ejecutivo del Departamento de Pastoral Social; feliz memoria, porque hoy ya no existen los departamentos en el Consejo Episcopal. Allí continué la obra de otro gran maestro, como es el padre Leonidas Ortíz, compañero, hermano y amigo maravilloso […].
Todo eso, entonces, empieza a inclinarme hacia los derechos humanos desde una dinámica transversal (será después Juan Pablo II el que nos dirá que es ése el eje vertebrador de la pastoral social) y a acercarme a esas tres grandes autopistas del magisterio social, especialmente a las dos primeras (que eran de las que se hablaba a finales de los 70): la relación trabajo-capital, los derechos humanos vinculados al concepto de desarrollo, y la relación con la ecología y el medio ambiente. Todo ello, iluminado desde textos como Pacem In Terris –promulgado por Juan XXIII, 1963–, Gaudium Et Spes –por el Papa Pablo VI, 1965– y, ya, más recientemente, Laudato si' –sobre el cuidado de la casa común, del Papa Francisco, 2015–.
La búsqueda de la defensa y la comprensión integral de los derechos humanos guio su paso por el Secretariado del Departamento de Pastoral Social del CELAM (1999-2003), y más adelante, su desempeño como Coordinador Regional de Cáritas de América Latina y El Caribe, servicio que le fue comunicado por el actual cardenal de la Ciudad de México, Carlos Aguiar Retes, por aquel entonces secretario general del Consejo.
Su vida en Costa Rica, primero, y después ese ministerio en el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (entre 2003 hasta 2007, en una primera etapa, y luego entre 2011 y 2023, en la segunda), fue, pues, lo que le permitió permearse, ver en vivo y en directo, convivir y acercarse a las realidades y problemáticas disímiles de nuestra región.
En 2007, el arzobispo de mi país me pidió regresar para sustituir al padre director del Instituto de Formación en Doctrina Social de la Iglesia, Escuela Social Juan XXIII, en mi país, pues desde allí se hacía un trabajo fundamental con organizaciones de trabajadores y con el sector empresarial, desde los principios del Evangelio y de las teorías de la Responsabilidad Social Empresarial. Pero en 2011 regreso al Secretariado, siempre en coordinación y comunión con el CELAM y el CEBITEPAL, hasta el 30 de junio del 2023.
Es, pues, esa larga experiencia lo que le ha permitido enfrentarse a grandes retos de la Iglesia. Entre ellos, las dos últimas reestructuraciones del CELAM; el desarrollo de la Fase Continental del Sínodo (tiempo de escucha y discernimiento de todo el Pueblo de Dios y de todas las diócesis que conduce a una serie de asambleas regionales, para seguir construyendo la Iglesia sinodal en comunión, participación y misión), aún en desarrollo; el dilucidar, orientar y poner en práctica una Coordinación General que, desde las bases de la Iglesia, introyecte y ponga en práctica el principio fundamental de Pastoral Social, la dignidad de la persona, desde una postura crítica y constructiva.
Así mismo, esa perspectiva al servicio en Latinoamérica y el Caribe es lo que le ha permitido compartir el sendero del compromiso y el activismo transformador con grandes caminantes de paz, como lo son monseñor Héctor Fabio Henao, el mismo Luis «Perico» Pérez Aguirre, o sus compañeros y compañeras de Cáritas y el CELAM, entre muchos otros, para aportar, con ellos y ellas, a la transformación de heridas y circunstancias complejas que tienen que ver, entre otros asuntos, con las dinámicas de las nuevas economías en el marco del desarrollo humano integral y de las construcciones de la paz; los procesos de reconciliación en países como Guatemala, El Salvador o Colombia; la formación de laicos y religiosos comprometidos con una pastoral viva y en ejercicio; con el diseño y puesta en marcha de estrategias para la atención a las personas que viven tipos variados de violencias.
De ahí que su memoria sea una caja repleta de recuerdos que son valiosas enseñanzas para quienes escuchamos sus anécdotas:
Han sido muchas… Quiero recordar, por ejemplo, la lucha pacífica de unas comunidades de la zona Brunca, en el Pacífico sur de Costa Rica, que, lideradas por una mujer maravillosa, Pilar Ureña, lograron hacer frente y detener la penetración de una empresa que quería explotar la fuerza hidráulica en nuestros ríos; fue una linda y una hermosa articulación para ganar una primera batalla para frenar ese tipo de violencia contra nuestra casa común. Y gracias al poder de la organización, a la articulación comunitaria pensando en el bien de todos y todas, se ganó.
También me acuerdo del poder de participación y organización de un grupo de campesinos, pequeños caficultores, también en mi país, que se unieron para competir con grandes productores, pero defendiendo un cultivo ecológico, amigable con el ambiente. Prefirieron, por ejemplo, sacrificar y arrancar sus sembrados y perder la cosecha para limpiar y sanar la tierra… Trabajamos con ellos y hoy son una gran cooperativa exportadora de café orgánico a Europa; un caso testimonial, sobre todo por insertarse en la economía desde una producción en equilibrio con la naturaleza y caracterizada por la ayuda mutua […].
Valoro, además, experiencias al activar la vida sacramental, no necesariamente desde el templo, obviamente lugar privilegiado, sino desde otros lugares en los que podemos llevar y vivir la Palabra, como lo son las calles, las plazas, los mercados, las fábricas. O los Foros Sociales Mundiales, donde compartimos con diversas organizaciones de economía solidaria y economía popular; las Ferias Mundiales de Economía Solidaria, los encuentros de memoria histórica en diversos países, o las experiencias que buscan transformar la educación desde dinámicas de formación popular […].
En todas entendí lo que es realmente ‘vivir en abundancia’, y que el desarrollo social y humano es una dinámica muy distinta, desde una economía neoclásica, pues es más que un intercambio de bienes: lo es de valores… Por eso, deberíamos defender la economía del don.
Finalmente, de forma muy especial, una experiencia con una comunidad que considerábamos ‘muy pobre’, en la Amazonía. Les pregunté, desde el modelo que yo tenía en mi cabezota sobre lo que es la pobreza, qué consideraban que era ser pobre. Y la respuesta me sorprendió: ‘Aquí no hay pobres, porque todos vivimos en comunidad’… en sus palabras, me explicaron que en comunidad se protegían, se asumían, se sentían amados, se sentían valorados, se recreaban… No recuerdo haber padecido ahí hambre; en cambio, sí, los espacios y momentos de intercambio, de caminar con ellos, de conocer sus procesos formativos. Yo recuerdo que desde el seminario yo rezaba cada noche el Cántico de Simeón (Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación…) pero cuando terminé de vivir esa experiencia, fue cuando me convencí de que ahí, en ese lugar, con toda su limitación, había visto realmente al Señor asumido y seguido en una comunidad; antes no tenía conciencia de que una comunidad viviera el Evangelio y fuera un testigo para mí de la Salvación en sentido comunitario, pero ahí lo vi tangible.
En fin… son muchos los momentos donde he podido dimensionar a ese Jesús servidor, a ese Jesús rey, a ese Jesús profeta, con ese Jesús que se celebra. Donde me he topado con la fuerza de su Palabra; todos han sido muy significativos.
Y es por esa fuerza que no pierde la esperanza de superar obstáculos que dificultan la edificación de la paz, como lo son, para él, los modelos de desarrollo humano y sociales que privilegian estilos de vida, “absolutamente violentos porque promueven una cultura de la indiferencia y la inequidad”, como lo explica. Del mismo modo, los desafíos que conllevan los modelos económicos que van en contra de la solidaridad, del bien común, de la sostenibilidad social y ambiental, y de los derechos humanos económicos y culturales.
Para Chico, también son piedras y derrumbes en el camino los modelos educativos que solo buscan preparar a los seres humanos para aportar a esos modos económicos dañinos, que solo enriquecen a unos y empobrecen a la mayoría, al basarse solo en el desarrollo de ‘competencias’, de habilidades para el hacer, descuidando el ser individual y el ser en comunidad, y al tratar de homologar y globalizar las culturas, acabando con quien piensa diferente, con quien es culturalmente opuesto y con el valor de lo local. Por eso, defiende la propuesta del Pacto Educativo Global que hizo el Papa Francisco, en 2020, pues para él “es una opción fantástica para ver si podemos considerar al ser humano como sujeto de su propio destino y desarrollo, no como un depósito en el que hay que meter una serie de conocimientos que favorece a un determinado modelo de sociedad, sino un ser con compromiso social y ambiental”.
Además, se preocupa por esas miradas y juicios que, incluso desde la misma Iglesia, no promueven la equidad de todas las personas, no solo de hombres y mujeres, sino también de quienes se consideran de otros géneros, pues defiende férreamente que “como personas, son sujetos de derechos, y por eso tenemos que reconocerlos desde la igualdad, la equidad y la dignidad, dentro del desarrollo social, pues la vida está por encima de las ideas y de las doctrinas, y porque todos y todas somos hijos amados por Dios”, afirma.
Nos advierte, igualmente, sobre los peligros que acechan a la paz y la democracia, pues ve tanto en las derechas, como en las izquierdas actuales (de las que se siente decepcionado), propuestas radicales, acciones e ideologías que nada tienen que ver con el sentido y el compromiso con lo social; partidos y gobiernos que más que unir, dividen, sin un corpus de ideas que lleven a la concertación social, por eso clama por la organización y cohesión comunitaria y la participación de la sociedad civil, como forma organizativa.
Finalmente, se preocupa por los fenómenos migratorios, en especial por aquellos que se producen debido a razones ambientales, los menos atendidos, además de aquellos ocasionados por los conflictos y la pobreza. Por eso, sugiere, es necesario promover la dignidad humana en armonía con los territorios y con el medio ambiente.
El Padre Chico anima a quienes a veces nos sentimos cansados, impotentes y paralizados con esas y otras situaciones de profunda injusticia, desarticulación social e indiferencia, pues “por lo que he vivido en estos años, palmo a palmo, codo a codo junto a comunidades sencillas, en lugares sencillos, con profundas dificultades, puedo afirmar que sí es posible transformar el mundo, hacer todo lo contrario a las violencias, construir una paz viva protegiendo los derechos humanos y del planeta”.
Por eso, el Padre Chico es un caminante de paz a seguir, a quien agradecemos sus muchos años de entrega a su país y a nuestra región, pues es ejemplo de compromiso con la vida, Evangelio hecho carne y ejemplo de optimismo y servicio transformador: “¿Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón?” (nos canta con una enorme y franca sonrisa). “La paz, pese a los enormes problemas, es posible. Solo sigamos ofreciendo el corazón en esos procesos comunitarios, en esas redes de comunión y de solidaridad”, nos deja como reflexión el gran caminante de paz Pbro. Francisco (“Chico”) Hernández Rojas.
Para más información, consultar: CELAM (2023). Video Rostros y Voces: Pbro. Francisco Hernández, balance de su gestión en Cáritas Latinoamérica. https://www.youtube.com/watch?v=eS1Vx9rpEuo |
Textos: Gloria Londoño Monroy
2023