El Cardenal Álvaro Ramazzini compartió algunas reflexiones tomando como base la encíclica Paz en la Tierra escrita en 1963 por el papa Juan XXIII. Dentro de estas reflexiones destacó que la base de la paz es el respeto a la dignidad humana, teniendo conciencia de los derechos y deberes que como personas tenemos para alcanzar una vida pacífica y en armonía.
Por: Monseñor Álvaro Ramazzini - 22 de marzo de 2021/ / Tomado de: Experiencia - Feria de Metodologías para la Construcción de la paz - Caritas Latinoamerica / Cáritas América Latina y el Caribe
Me pidieron que hablara sobre construcción de paz en este tiempo de crisis. Por eso voy a compartir con ustedes algunas reflexiones de un documento del papa, ahora santo, San Juan XXIII, que se llama precisamente La paz en la tierra (1963). En el número uno, el documento señala que la paz en la tierra es la suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia y que esta no se puede consolidar ni se puede instaurar si no se respeta fielmente el orden establecido. Aquí podríamos comenzar a discutir qué se entiende por “orden establecido”, pero en el número dos encontramos ya una respuesta, y es que la misma naturaleza, a través del desarrollo científico, los adelantos técnicos que tenemos, nos enseña que tenemos un orden. En este sentido, creo que toda esta crisis que estamos viviendo, la pandemia misma, es resultado de un desorden iniciado y desarrollado por nosotros los seres humanos. Todos sabemos que el desorden nunca, absolutamente nunca, dará una percepción de armonía, de conciliación entre las partes.
Ahora bien, en este orden hay presencia de los seres humanos que tenemos una dignidad como tal; somos inteligentes, somos libres, y con nuestra inteligencia podemos conocer y descubrir ese orden natural que está alrededor de nosotros. Podemos aprender de ese orden para concretarlo en nuestras relaciones. Por eso, más adelante, La paz en la tierra señala que hay un contraste entre el orden de la naturaleza, del universo, y el desorden que existe entre nosotros los individuos y entre los pueblos, comenzando con la experiencia misma de cada uno de nosotros cuando no logramos armonía y nos convertimos en instrumentos de desorden, afectando el orden universal. Y es que pareciera que a veces las relaciones entre nosotros no pueden ser administradas si no es por la fuerza, y claro, cuando esto sucede lo menos que vamos a tener es paz. Si queremos realmente una convivencia ordenada, provechosa, pacífica, armónica, pues hay un principio fundamental que no debemos olvidar.
Personalmente siempre he dicho que la crisis que vivimos en mi país, Guatemala, es una crisis de humanismo. Nos hemos olvidado de que somos personas. Alguien podría decir “Pero eso no es verdad, todos tenemos conciencia de ser personas”; sin embargo, cuando analizamos qué significa ser persona debemos reafirmar que tenemos dignidad, que tenemos derechos y deberes que nacen de nuestra propia naturaleza y que esos derechos y esos deberes son universales e inviolables, no se puede renunciar a ellos bajo ningún concepto, y que constatamos que esos derechos y esos deberes no son respetados. Entonces, no puedo decir que vivimos en paz.
El fundamento comienza ahí: es decir, nosotros no respetamos el orden puesto por la naturaleza ni tampoco respetamos esa dignidad que da un fundamento al respeto que yo merezco, que los otros deben darme y que yo debo dar a los demás. San Juan XXIII habla de los derechos que tenemos como personas: a la existencia, la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida. ¿Y cuáles son esos medios necesarios para un decoroso nivel de vida? El alimento, el vestido, la vivienda, el mismo descanso, la asistencia médica y los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. También tenemos el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, desempleo y cualquier otra eventualidad que nos venga a privar, sin culpa nuestra, de los medios necesarios para nuestro sustento (números siete, nueve y once de la encíclica La paz en la tierra).
Si analizamos cuál ha sido la causa fundamental de esta crisis, pues diremos que es la pandemia, pero no podemos olvidar que la pandemia, en el caso de Guatemala, nos encontró en una situación de crisis permanente. Guatemala vive una situación de crisis permanente que se vio aumentada por el conflicto armado y luego por el proceso de globalización. De todo esto, quienes sufren más las consecuencias son las personas empobrecidas. Se trata entonces de situaciones que vivimos crónicamente y que la pandemia ha venido a evidenciar con mayor fuerza, aumentándolas. La mayoría de los guatemaltecos carece de un decoroso nivel de vida, asistencia médica; los hospitales están saturados, están llenos los servicios indispensables que el Estado debe darnos. Muchos alumnos y alumnas no tienen los medios para acceder a la internet y, por consiguiente, no pueden recibir clases. En fin, los derechos fundamentales de los guatemaltecos, en su mayoría, no son concretados, no son vividos. Y entonces, ¿cómo vamos a vivir en paz?; ¿cómo vamos a tener esa armonía que necesito al saber que en cualquier situación que viva el Estado me dará los medios que necesito para poder vivir de una manera digna?
Además de lo que he mencionado, hay otros derechos de los cuales a veces no se habla, como el derecho a la buena fama. En el número doce de la encíclica La paz en la tierra está escrito que, por derecho natural, el respeto debido a mi persona es el derecho que tengo de mantener una buena reputación social hasta que no se demuestre lo contrario. A nadie se le puede decir que es ladrón hasta que no lo demuestren; a nadie se le puede achacar ser una persona corrupta si no se demuestra. Indudablemente que después habrá maneras de ocultar estas verdades, pero necesitamos que yo sea respetado, porque es un derecho natural en mi fama. También tenemos el derecho de tener la posibilidad de buscar la verdad libremente. En una sociedad donde hay tantas desinformaciones, esto es fundamental. Aquí tendríamos que hablar de que a menudo las redes sociales, que podrían tener una función tan útil, tan constructiva, no siempre la tienen. Y no la tienen sencillamente o, mejor dicho, no la cumplen, porque hay intereses ocultos, opiniones equivocadas para ir creando una situación de desinformación. En la actualidad este es uno de los principales instrumentos para crear desarmonía e ir quitando la paz.
Yo tengo todo el derecho de difundir y manifestar mis opiniones, pero adentro de los límites del orden moral y del bien común. Es importante recordar estos dos criterios: el orden moral me pone límites, no puedo decir mentiras, no debo decir mentiras porque al hacerlo no estoy respetando el valor de la verdad, ocasionando un daño muy grande a la sociedad en la que vivo. El bien común (es decir, la real y verdadera posibilidad de que todos puedan alcanzar lo que merecen por el hecho de ser personas) me impone límites: no puedo pasar sobre los derechos de los demás. En este sentido, San Juan XXIII también se refiere a un tema que en Guatemala causa conflictividad: la propiedad privada, a la cual se hace referencia como algo que tiene una función social y, por lo tanto, tiene un límite: el bien común. El derecho a la propiedad privada de los bienes incluye los bienes de producción. Es importante señalar que este derecho supone un medio para garantizar la dignidad de la persona, de manera que esta pueda tener la capacidad de desenvolverse y consolidar la vida familiar y así, entonces, vivir en paz y prosperidad. Muchísima de la conflictividad que hemos tenido en Guatemala –y que seguimos teniendo– tiene que ver con la aplicación de un principio sancionado por la Constitución Política de la República: el derecho absoluto a la propiedad privada. Sin embargo, la enseñanza de la Iglesia es que la propiedad privada entraña una función social, y eso es entonces sumamente importante recordarlo y decirlo.
Otros derechos son contar con información objetiva sobre lo que sucede públicamente; ser educado, tener acceso a los bienes de la cultura, recibir una instrucción fundamental, una formación que me permita vivir. Y claro, entre los derechos debe enumerarse el derecho de venerar a Dios según la recta norma de mi conciencia y profesar la religión en privado y en público. En ese sentido, aquí en Guatemala, por ejemplo, la Iglesia católica decidió que no hubiera procesiones –que forman parte de una tradición y una religiosidad popular de mucho tiempo– porque pueden ser una fuente de contagio. Nosotros los obispos, desde la responsabilidad que tenemos, necesitábamos poner esa restricción porque hay un bien común que estamos buscando, de manera que, aunque haya libertad de practicar la religión, esa libertad viene ahora restringida por la situación que estamos viviendo.
En La paz en la tierra también se habla de los derechos económicos. En este sentido, el ser humano tiene derecho natural a que se le facilite la posibilidad de trabajar y tener una libre iniciativa en el desempeño del trabajo. Pero si algo ha puesto en evidencia la crisis ocasionada por la pandemia es que realmente muchísimas personas perdieron su trabajo; hay empresas que cerraron y que despidieron a los trabajadores con la esperanza de que les hayan reconocido sus derechos a la indemnización, que les hayan reconocido sus derechos en cumplimiento del código laboral guatemalteco. Indudablemente, este derecho tiene que ver con el derecho de exigir que las condiciones de trabajo sean tales que no comprometan mi integridad moral ni mis energías físicas, y que tampoco se me impida desarrollarme normalmente como persona.
En el número diecinueve de la encíclica sobre la que reflexiono se alude a una situación que creo es importante al hablar de Guatemala, y es referida a la mujer. Leo textualmente: “Hay que darle la posibilidad de trabajar a las mujeres en condiciones adecuadas a las exigencias y a los deberes de esposa y de madre”. Yo creo que, en ese sentido, las mujeres trabajadoras que están afiliadas al IGSS (Instituto Guatemalteco de Seguridad Social) tienen la posibilidad de que esos derechos les sean reconocidos.
En el número veinte se menciona la obligación que supone el derecho a que los trabajadores sean retribuidos con un salario establecido conforme a las normas de la justicia, y por lo tanto, según las posibilidades de la empresa. Aquí entraríamos en un debate porque la pregunta es “¿Será que es mejor tener empresas que no cumplan con todas las obligaciones laborales pero que al menos están dando un puesto de trabajo, o es mejor no tener esas empresas?”. Pero al derecho de trabajar –escribe San Juan XXIII haciendo una memoria de del Papa Pío XII–, al deber de trabajar impuesto al hombre por la naturaleza, corresponde también un derecho natural por el cual puede pedir a cambio de su trabajo lo necesario para la vida propia y la vida de sus hijos: yo trabajo pero recibo lo necesario para mantener mi propia vida y mantener la vida de los hijos.
Aquí hay otro tema que tiene que ver mucho con la crisis que estamos viviendo en el ámbito migratorio. Estaba viendo información según la cual tenemos un numero grandísimo de menores no acompañados que están en los Estados Unidos y necesitan atención. San Juan XXIII dice: “25. Ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio[22]. El hecho de pertenecer como ciudadano a una determinada comunidad política no impide en modo alguno ser miembro de la familia humana y ciudadano de la sociedad y convivencia universal, común a todos los hombres”. Es importante destacar, sobre todo, que no se niega que haya una convivencia universal que es común a todas las personas: este es un principio que debe ser aplicado en el tema migratorio.
Si hablamos de una crisis migratoria tendríamos que resolverla y tendríamos que enfrentarla desde esta perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia y de la realidad de las legislaciones. Así que este tema sigue siendo fundamental. Si no se logra una conexión entre los derechos y los deberes, pues lo que resulta es conflicto, es crisis. Pero ¿qué sucede cuando en una realidad como la nuestra necesitamos lograr esa conciliación entre derechos y deberes?, ¿cuáles deberían ser no solo las actitudes, sino también las disposiciones, las normas? El derecho a la existencia, por ejemplo, tiene el deber de conservar la existencia; sin embargo, en un país con el número de crímenes que tenemos –sea este país o sea otro en el que los homicidios estén a la orden del día–, ¿qué vamos a hacer?
Como dice la encíclica: “29. Por ello, para poner algún ejemplo, al derecho del hombre a la existencia corresponde el deber de conservarla; al derecho a un decoroso nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de buscar libremente la verdad, el deber de buscarla cada día con mayor profundidad y amplitud”. De manera que a cada derecho natural de la persona corresponde a los demás el deber de reconocerlo y respetarlo, es decir, para cualquier derecho fundamental de la persona que deriva de la fuerza moral de la ley natural porque soy persona, porque tengo una dignidad, existe un deber correlativo. Por consiguiente, no se trata solamente de reivindicar los derechos, sino también de cumplir mis deberes y darle a ello la importancia debida, porque si no, si solamente exijo derechos y no cumplo deberes, es como que estoy construyendo el edificio de la paz con una mano y con la otra lo boto (que es el ejemplo que el papa nos ofrece en el número treinta).
Luego, en el número treinta y dos, está escrito que “No basta, por ejemplo, reconocer al hombre el derecho a las cosas necesarias para la vida si no se procura, en la medida posible, que el hombre posea con suficiente abundancia cuanto toca a su sustento”. Eso quiere decir que un problema muy serio que causa crisis en nuestro país, por ejemplo, es la falta de alimentos, de alimentos nutritivos y en cantidad suficiente para que las personas puedan tener una buena salud. Eso quiere decir que, a pesar de que Guatemala es signataria de los derechos sociales, económicos y culturales, el derecho a la alimentación no está asegurado, y mientras no haya un cumplimiento de ese derecho a la alimentación –y estoy pensando sobre todo en el caso de la desnutrición crónica infantil que en este país tiene un número altísimo de casos–, no vamos a vivir en paz, habrá siempre conflictividad porque no se está buscando la realización de aquello que mi naturaleza humana me pide y me exige. Es cierto también que todo esto va a suponer el que todos reconozcamos y cumplamos mutuamente nuestros derechos y nuestros deberes, esta es la utopía, ese es el ideal: yo respeto tus derechos, tú respeta los míos; yo cumplo mis deberes, tú cumple tus deberes. Es en esa interrelación, entonces, de armonía entre cumplir mis derechos/cumplir mis obligaciones, y esto puesto a nivel de la sociedad, donde podríamos lograr vivir en paz, vivir en armonía: esa es la utopía, ese es el ideal.
Al respecto de la convivencia civil en tiempo de crisis –una crisis que, repito, no es solamente de ahora, sino es una crisis crónica–, se habla de los fundamentos de la convivencia humana. Pero ¿cuáles son esos fundamentos? La verdad, la justicia, el amor y la libertad: esos son los fundamentos para convivir en paz y en armonía. Cada uno de estos valores, que también puede ser considerado una virtud, es el fundamento y la base para vivir en paz.
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