Un constructor de paz.
Si alguien sabe sobre los intríngulis del complejo conflicto colombiano que arrecia al país casi desde sus inicios como república independiente, pero, especialmente desde mediados del siglo XX; si alguien sabe cómo construir paz en medio de una basta complejidad; si alguien tiene credibilidad y ha logrado establecer redes de articulación con gobernantes, empresarios, líderes y representantes de diversos sectores de la sociedad para lograr procesos sistémicos que lleven a una convivencia pacífica; si alguien ha defendido a las víctimas, en medio de las adversidades y ha liderado negociaciones con diversos grupos al margen de la ley en su país; y si alguien está convencido de que la reconciliación y la paz son trayectos largos que se empiezan a transitarse desde la misma infancia, es sin duda Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria.
Y es que este sacerdote de vocación tardía, nacido en 1952, comenzó desde muy joven a estudiar para comprender el contexto de su ciudad natal, Medellín, y de su país, Colombia: “nací en una familia de ocho hijos; soy el sexto, en un hogar con una relación profunda de amor y afecto. Viví en una época de transformación de la ciudad, cuando comenzaba a industrializarse y llegaba mucha gente de diferentes pueblos de Antioquia y de otros lugares del país buscando oportunidades; mis padres, entre ellos. Más tarde viví la experiencia del año 68, cuando hubo un profundo cambio cultural en el mundo (en la vida estética y social); un año de mucha conmoción, con muchas consecuencias. Todo eso me llevó a interesarme por la sociología, y fue en la universidad donde me reencontré con un sacerdote conocido, que me motivó a complementar la carrera con estudios de teología. Desde niño tenía una inclinación profunda por los temas espirituales, además de los sociales, así que comencé a madurar la idea de hacerme sacerdote. Entré a un seminario para vocaciones tardías profesionales. Terminé mis estudios de sociología en la Universidad San Buenaventura, y los de filosofía y teología en la Universidad Pontificia Bolivariana”, recuerda.
En los años 80, uno de sus primeros destinos en el Ministerio fue la Parroquia Santa Gertrudis, en Envigado, municipio del área metropolitana de Medellín, afectado con fuerza por el auge del narcotráfico, con la influencia del llamado Cartel de Medellín. Allí pudo observar las transformaciones en las dinámicas sociales que poco a poco se gestaban en la sociedad no solo local, sino colombiana en general, ocasionadas por la influencia de las economías ilícitas y, con ellas, por la cultura del dinero fácil, de la solución de las discrepancias por la vía armada, de la anulación del valor de la vida humana.
Años más tarde fue enviado a estudiar Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Gregoriana de Roma, donde terminó obteniendo la máxima nota, Cum Laude, por una investigación acerca de las ideologías, y fue cuando, a su regreso a Colombia, comenzó a pasar de los estudios a la acción en favor de la paz: “llegué a trabajar en la Pastoral Obrera de la Arquidiócesis de Medellín y posteriormente en la Pastoral Social de la misma ciudad, donde tomé contacto con diversos movimientos y confrontaciones entre bandas, policías y jóvenes”, en plena época de una violencia irracional que arreciaba en la ciudad, a tal punto que la llevó a ser catalogada como la más violenta del mundo (ejemplo de ello es que en el año 91 se presentaron 381 homicidios por cada 100.000 habitantes; 11.000 homicidios en un año, casi mil homicidios al mes).
“En ese tiempo hubo una masacre en un barrio llamado Villatina, en la que murieron 8 niños y un joven, el 15 de noviembre de 1992. Hoy se sabe que fue perpetrada por miembros de la Policía Nacional. La ciudad empezó entonces a movilizarse, pero sin tener una ruta organizada para hacerlo. En ese momento me propusieron formar y acompañar una mesa de trabajo para encontrar caminos de solución. Esa fue tal vez mi experiencia inicial de construcción de paz propiamente dicha, pues comenzamos a hacer posible el primer escenario de diálogo urbano con autoridades, empresarios, miembros del Concejo de Medellín y de la Asamblea Departamental, representantes de la policía y el ejército, la Procuraduría, miembros de comités de derechos humanos, grupos juveniles, organizaciones de base, la sociedad civil y diversos actores, para buscar soluciones a la violencia. Se creó la Consejería Presidencial para Medellín, a cargo de María Emma Mejía (periodista, política y diplomática colombiana) y con ella empezamos a organizar esos primeros esfuerzos, en contextos urbanos, para superar la grave situación”, relata Monseñor.
La Mesa de Trabajo por la Vida, constituía en diciembre de 1992, se enfocó en el respeto y el rescate del valor y dignidad de la vida humana, y propició la primera marcha ciudadana y una serie de eventos públicos, en 1993, con el lema “Elige la vida y vivirás: tú y tus descendientes”, tal vez hitos históricos en la construcción de paz en el país, por la movilización de miles de ciudadanos y por la articulación de diversos sectores.
Posteriormente, y como fruto también de esa relación, Monseñor fue nombrado Tutor Moral en el proceso de desmovilización de las Milicias Populares del Pueblo y para el Pueblo, grupo surgido en en 1986 en la zona nororiental de la ciudad, cercano a la guerrilla Ejército de Liberación Nacional (ELN). En 1994 se logró su desmovilización y ese mismo año acompañó, también, con Monseñor Nel Beltrán y representantes internacionales, los procesos de negociación en Flor del Monte (en la región de los Montes de María, municipio de Ovejas, departamento de Sucre), que llevaron a la firma de un acuerdo de paz con la Corriente de Renovación Socialista, una disidencia del ELN.
Posteriormente, en 1997, fue trasladado a Bogotá para asumir la dirección de la Pastoral Social-Cáritas Colombiana; cargo que desempeñó por algo más de 20 años, y que lo motivó a seguir cualificándose en la comprensión de las realidades colombianas, en la negociación de conflictos, en la prevención y atención a diversos tipos de violencias; este último, tema al que se dedica formalmente desde 1996, cuando participó en la creación de la Fundación Instituto para la Construcción de la Paz (FICONPAZ), organismo de la Arquidiócesis de Bogotá que también dirige, orientado al diseño y desarrollo “de procesos en comunidades de base y con sectores específicos de población, desde una perspectiva de educación para la paz, que permitan a las y los destinatarios ejercer con plenitud su ciudadanía, construir nuevos referentes y valores para la convivencia pacífica y la transformación no violenta de los conflictos y consolidar propuestas para la defensa, promoción y vivencia de los derechos humanos”. Es desde esta institución que ha irradiado sus conocimientos, sus experiencias y su quehacer al acompañar también otras experiencias de construcción de paz, especialmente con niños, niñas y adolescentes, en otros países de Centro América y El Caribe.
Así pues, su andar para construir paz, de vieja data, ha tenido impactos bastante significativos. Otro ejemplo de ello, que se suma a los anteriores, es su participación, en el año 2003, en la gestión para la liberación de siete jóvenes extranjeros secuestrados en la Sierra Nevada de Santa Marta (norte de Colombia, en el departamento de Magdalena), por parte del ELN, en el marco de la operación Allende Vive, emprendida por esa guerrilla al cumplirse 30 años de la muerte del general. Tal experiencia lo llevó a comprender que es necesario analizar muy bien los contextos y las repercusiones de los conflictos y las violencias entre los habitantes de los territorios afectados, es decir, de la sociedad civil, pues para poder conseguir la liberación, fue necesario realizar todo un estudio social en la zona, con la participación del alto Comisionado de la ONU para Colombia, la organización Acnur, organismos gubernamentales y no gubernamentales para los Derechos Humanos de Europa, Estados Unidos y Colombia.
“El informe humanitario que resultó de dicho estudio, permitió entender la situación de la Sierra en relación no solo al accionar del ELN y de otras organizaciones al margen de la ley, sino también, las múltiples afectaciones en las víctimas, en este caso, muchas de ellas indígenas”, menciona Monseñor Henao, quien ha sido representante de la Iglesia ante múltiples plataformas de trabajo con víctimas, y quien ha sido un gran defensor de estas, pues sin ellas, su voz y su participación, ve inviable la sostenibilidad de las acciones de paz.
Y finalmente, se destaca su designación como Tutor Moral en el periodo de contactos entre el actual gobierno nacional, presidido desde agosto de 2022 por Gustavo Petro, con ELN, asunto que lo ha llevado a ser invitado a La Habana, Cuba, donde se desarrolla un diálogo exploratorio sobre diversos asuntos, como el desplazamiento forzado; también, con otros actores (disidencias de las FARC, grupos y economías ilícitas, etc.) que ahora se disponen a negociar con el gobierno central.
Así, el y arduo recorrido de Monseñor Héctor Fabio Henao en favor de la gestión de los conflictos entre diversos grupos armados en confrontación, y de la prevención y atención de violencias, lo ha llevado a ser toda una autoridad en construcción de paz no solo local, regional y nacional, sino internacional. Y por eso, sus consejos para quienes nos interesamos en caminar hacia ella, son de inigualable valor:
Primero, el mejorar cada día las habilidades de quien trabaja por la paz: “este trabajo requiere unas condiciones y capacidades personales. Entre ellas, las necesarias para propiciar acciones, para articularse con diversos actores, sectores e instituciones; para crear y fortalecer las relaciones; para formar y consolidar redes; para irradiar el trabajo y los aprendizajes. Hay que construir con otras personas, porque la paz no se hace de forma individual, con protagonismos personales, a corto plazo, sino que se consigue mediante la articulación y acción constante de múltiples redes, lo que implica hacer todos los esfuerzos posibles en mantener relaciones sanas y positivas con diferentes personas y organizaciones”, enfatiza.
Así mismo, resalta la necesidad de aprender a escuchar, más que a hablar: “el tema de la paz es un trabajo de escucha como mecanismo de aproximación a las víctimas, porque todo proceso de construcción de paz debe partir de escucharlas; es decir, no debe iniciar solo con el trabajo con los victimarios. Empieza en el contacto, en la creación de relaciones, en la formación de redes, en el trabajo en el día a día con quienes han sido víctimas; en el contacto y en el interés por quienes han sufrido. Hay que tener la capacidad de caminar con la gente, de buscarlos, de escuchar a las distintas partes, de favorecer el logro del bien de ellos, sin radicalizaciones, ideologizaciones. Hay que hacer en favor de las víctimas todos los procesos. Esas son condiciones muy importantes e innegociables para la construcción de paz”.
También, Monseñor menciona la importancia de la autonomía y de la paciencia: “en este camino hay que tener cierta distancia para poder emprender una negociación, para encontrar una posible solución concertada. También, quien trabaja por la paz debe tener paciencia, saber que es un trabajo de largo plazo, que la paz no se logra en corto tiempo, sino que requiere mucha elaboración. Es una labor que se debe emprender sin afanes, teniendo la humildad para reconocer que uno no puede resolver todos los problemas”, afirma.
Ahora bien, sobre su visión sobre los conflictos en América Latina y El Caribe, Monseñor opina que hay, en la actualidad, unas condiciones desfavorables que limitan el camino hacia la paz. Entre ellas, la existencia de conflictividades marcadas por la polarización y la politización; otras de nuevo orden con base en lo económico (en las diversas economías ilícitas como el narcotráfico y algunas actividades mineras, en las condiciones de pobreza extrema, en la incapacidad de los sistemas de resolver las aspiraciones y la atención a las necesidades de la mayoría de las personas); unas más relacionadas con el fortalecimiento de la corrupción y de las organizaciones criminales incluso en los ámbitos legales y, con mayor acento, la expansión de una cultura de la indiferencia que naturaliza los efectos de los conflictos y las violencias en las personas y en las poblaciones afectadas.
No obstante, también este caminante observa otros factores que hacen contrapeso y que se convierten en factores positivos y favorecedores, como lo son la tendencia en algunos gobiernos, cada vez más, de reorientar su posición para buscar articulaciones que favorezcan la solución de los problemas; unas nuevas perspectivas para actuar de manera articulada no solo desde el gobierno, sino también desde otros sectores, incluyendo a la sociedad civil en la búsqueda de soluciones; el aumento en las capacidades para propiciar diálogos que lleven a la solución de los conflictos, y la educación para la paz que poco a poco empieza a dar frutos.
Y es que si alguien sabe de construcción de paz y si alguien es autoridad en la materia, es Monseñor Héctor Fabio Henao, el colombiano que entrega su vida para crear una visión, una cultura diferencial y unas condiciones de largo aliento, para que su país y otros del mundo puedan consolidar unas condiciones de justicia, equidad y paz.
Un pastor comprometido con la paz |
Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria, Prelado de Honor del Santo Padre. Ha sido consejero nacional de paz, en representación de la Conferencia Episcopal de Colombia, y se desempeñó como presidente del Comité Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia desde el 19 de diciembre de 2017 hasta el 31 de diciembre de 2019, por decisión consensuada de los integrantes de dicho Comité para el período en mención. Impulsor de la paz negociada y defensor de la reparación a las víctimas del conflicto. Experto en procesos de concertación entre la sociedad civil, el gobierno colombiano y la comunidad internacional, para un plan de cooperación en la construcción de paz. En Medellín, en momentos de graves enfrentamientos armados, lideró la Mesa de Trabajo por la Vida para procesos de negociación urbana del conflicto armado y social. Actualmente, se desempeña como delegado de la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC) para las relaciones Iglesia-Estado y es el director de la Fundación Instituto para la Construcción de la Paz – FICONPAZ, en su país. |
Mayo 2023