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  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • hace 6 días
  • 8 Min. de lectura

Tejiendo esperanza en los caminos de la memoria y la dignidad


Xiomara Guadalupe Bedoya Mendoza es una mujer profundamente comprometida con la memoria, la justicia y la verdad en Guatemala, un testimonio vivo de resiliencia, compasión y esperanza inquebrantable. Sus pasos, marcados por la búsqueda de justicia y dignidad, trazan un sendero de sanación que va más allá de la recuperación personal, para convertirse en un abrazo colectivo que sana heridas ancestrales.


Raíces de compromiso

Xiomara hace parte de una familia de cuatro hermanos, siendo la única mujer y la más pequeña. Sus padres, casados por más de 50 años, le inculcaron valores de solidaridad y amor. "Mis papás estuvieron casados más de 50 años. Mi papá falleció hace tres años. Soy la más pequeña y la única mujer de cuatro hermanos. Mis tres hermanos están casados. Uno falleció en 2024, mi hermano menor," recuerda Xiomara con nostalgia.


“Tengo tres hijos, el primero tiene 34 años, el segundo 30 y el tercero 23. Mi hijo mayor tiene una niña de 11 años, entonces también soy abuela”.


“Cuento con la fortuna de integrar una familia unida. Yo amo a mis hermanos, somos muy solidarios. Me siento muy cuidada y acompañada por ellos, también muy apoyada por mis padres. Mi relación con mis hijos es muy positiva, nos tratamos con mucho amor”, expresa Xiomara con gratitud y amor.


Xiomara recuerda sus primeros frutos profesionales. “Soy maestra, es mi primera carrera”, señala con orgullo. Durante cuatro años, trabajó en la educación primaria, conectando con los niños y los jóvenes que más necesitaban su apoyo. Después de graduarse como Maestra de Educación Primaria, decidió estudiar psicología, para profundizar en la comprensión de las heridas del alma y encontrar formas de sanarlas.


Ya en el ejercicio como psicóloga, se le presentó la oportunidad de unirse al Grupo de Apoyo Mutuo, una organización que nació de la iniciativa de un colectivo de mujeres en busca de sus familiares desaparecidos durante el conflicto armado Interno en Guatemala. Xiomara trabajó allí durante nueve años, primero como secretaria, y poco a poco, su pasión y dedicación la llevaron a convertirse en una pieza fundamental de la organización.


“Mi paso por el Grupo de Apoyo Mutuo marcó un antes y un después de mi ejercicio profesional y de mi apuesta de vida. En Guatemala hay un movimiento social muy fuerte por el tema de la búsqueda de los desaparecidos, ligado al tema de los derechos humanos y por el acompañamiento a las mujeres y a las personas que están en esa tarea tan fuerte, tan dura, de buscar y de encontrar a sus seres desaparecidos. Este camino de nueve años, las vivencias y los aprendizajes, influyó en el resto de mi apuesta personal y profesional”.


“Cuando estudiaba psicología, pensaba que sabía lo que era el dolor, pero no podía imaginar el impacto que tenía en las personas que lo vivían. El simple acto de escuchar, de permitir que alguien expresara sus heridas, era un acto de humanidad”, señala Xiomara a propósito de los aprendizajes que le dejó este proceso. “Escuchar a personas que habían vivido la desaparición de sus seres queridos, la masacre, la detención, fue un caminar por el dolor y la tristeza, pero también un encuentro con la compasión y la empatía”. Y es precisamente ese proceso lo que le hace amar su trabajo, especialmente el acompañamiento a las mujeres, quienes ocupan un lugar especial en su corazón.


El impacto de las exhumaciones

El acompañamiento psicosocial durante las exhumaciones e inhumaciones de restos humanos fue una parte fundamental del trabajo de Xiomara en el Grupo de Apoyo Mutuo. Este proceso permite a las familias encontrar a sus seres queridos desaparecidos, comprender y dignificar la memoria, lo que contribuye a cerrar un ciclo de dolor. 


Según datos de la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), desde 1997 se han exhumado más de 8.000 cuerpos en todo el país, lo que ha permitido identificar a más de 3.500 personas desaparecidas durante el conflicto armado (FAFG, 2023). "Cuando se realizaban las exhumaciones, era un choque emocional para familiares y personas de la comunidad, porque obviamente estábamos entregando restos humanos en huesos y eso generaba un impacto muy fuerte en los presentes", explica Xiomara.


El proceso de exhumación requiere una preparación y un acompañamiento psicosocial de compromiso. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) ha documentado que más de 200.000 personas fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas durante el conflicto armado en Guatemala (CEH, 1999). "Eso implicaba un trabajo y una preparación muy fuerte para explicarle a las personas en qué consistía una exhumación y cómo podían afrontar el recibir a sus seres queridos en otras condiciones físicas; para ello nos apoyamos con fotografías para ilustrar los pasos de una exhumación", siempre en coordinación en con el equipo responsable de la FAFG, detalla Xiomara.



La influencia de la Iglesia y de monseñor Gerardi

El 24 abril 1998, Xiomara tuvo la oportunidad de asistir a la presentación del informe "Guatemala: Nunca Más" , liderado por monseñor Juan Gerardi y un equipo pastoral, articulado en el Proyecto REMHI, que recoge el esfuerzo de la Iglesia guatemalteca para documentar la verdad sobre el conflicto armado, rompiendo el silencio y rescatando la memoria de las víctimas. El informe revela el dolor de la guerra, llama a la reconciliación y a contribuir a la construcción de una sociedad más justa, basándose en valores éticos y en el compromiso con la dignidad humana. Este informe fue un hito en la recuperación de la memoria histórica de Guatemala, documentando las atrocidades cometidas durante el conflicto armado. El país sufrió más de 36 años de guerra, que dejaron más de 40.000 personas desaparecidas, masacres en comunidades y una estela de dolor muy profunda.


La presentación del informe fue un momento crucial, pero también trágico. "A los dos días de la presentación, matan a monseñor Gerardi; sin embargo, la Iglesia siguió comprometida con el acompañamiento a las personas y con el compromiso con la memoria, la verdad y la justicia", afirma Xiomara.


La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG)

Tras nueve años de dedicación en los Grupos de Apoyo Mutuo, Xiomara se vio obligada a dejar la institución por motivos de salud. Durante el año siguiente, mientras buscaba nuevas oportunidades, la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG) le abrió las puertas a Xiomara para ser parte del equipo de psicólogos que atienden procesos de inhumación, así como en otros proceso de acompañamiento psicosocial que se fueron generando con el transcurrir del tiempo (grupos de Promotoras Voluntarias Comunitarias de Salud Mental, atención y transformación de conflictos sociales, atención de casos a nivel individual, acompañamiento psicosocial a personas criminalizadas por la defensa de los derechos humanos y del territorio, y a líderes comunitarios).  


"La ODHAG tiene dos áreas: el Área de Cultura de Paz que trabaja todo lo relacionado con educación y memoria histórica, y el Área de Defensa de la Dignidad Humana, que es donde yo estoy y desde donde atendemos y acompañamos todos los casos, directamente, con personas que están afectadas por la violencia", detalla Xiomara y agrega: “es un trabajo muy comprometido y sentido el que hacemos porque, desde esta área, se busca promover la dignidad y los derechos de las víctimas de violaciones de derechos humanos mediante un acompañamiento multidisciplinario integral, que incluye aspectos jurídicos, psicosociales y humanitarios. Gran parte de nuestro trabajo se centra en la búsqueda de verdad, justicia y reparación, acompañando procesos de sanación individual y comunitaria, con el objetivo final de restablecer derechos y construir una sociedad más fraterna y solidaria. Acá, desde hace 17 años, la vida me puso, de nuevo, en un lugar donde puedo crecer como persona y como profesional, me siento feliz, bendecida y comprometida”.


Durante la pandemia del COVID-19, Xiomara recibió formación en la metodología GAM ¡Mujer, no estás sola!, que busca la creación de Grupos de Apoyo de Mujeres (GAM) mediante una ruta de formación que se convierte en un camino de sanación para que ellas mismas emprendan un proceso personal de transformación.

Esta metodología se ha convertido, también, en una herramienta fundamental para el trabajo de Xiomara, y le ha permitido acompañar a mujeres en procesos de sanación y empoderamiento. "Es emocionante verlo y vivirlo. Yo, al inicio, les parezco a ellas una extraña, y después me cuentan más de cerca sus historias, me abren su corazón, me comparten sus sueños y sus logros, entonces lograr ver esos cambios ha sido de mucha satisfacción", reflexiona.


Xiomara ha implementado la metodología GAM en varios grupos de mujeres en diferentes municipios de Guatemala: "El primer grupo lo conformaron 15 al inicio, luego se quedaron 12 y todas ellas sufrían violencia”.


El proceso de implementación no ha sido fácil, pero los resultados han sido transformadores. "Con el primer grupo, en 2022, me costó un poco. El reto era lograr el interés de ellas en estos procesos y la comprensión de la importancia y sanación emocional. En los grupos hay mujeres que toman nota de los puntos que para ellas son importantes, otras tienen limitación para escribir; entonces lo ideal es buscar imágenes y adaptarlas según el contexto, y poder facilitar la metodología para hacer las presentaciones", explica Xiomara.


Actualmente, la metodología GAM ha llegado, de la mano de Xiomara, a 90 mujeres de municipios y comunidades muy diversas como Chinautla, Alta Verapaz, El Progreso, Sacatepéquez y en la Ciudad de Guatemala.


La sororidad y el empoderamiento

Para las participantes, la metodología GAM ha permitido fomentar la comunicación, generar confianza porque pueden expresarse sin ser juzgadas, generar espacios de escucha activa, promover los valores, el respeto y la empatía con otras mujeres. En los últimos años, Xiomara ha concentrado su trabajo en el empoderamiento de mujeres a través de los grupos GAM. Su labor va más allá de un simple acompañamiento; se trata de un proceso de sanación y reconocimiento.


Una profunda filosofía de sororidad guía el trabajo de Xiomara y el horizonte del proceso, tal como ella señala: "Nuestra intención es que se lleven todo lo aprendido, pero que no se quede en ellas, es para la amiga, para la mamá, para la vecina, para la hija… para todas".


El empoderamiento de las mujeres es un proceso continuo y transformador. "Incluso cuando terminamos el proceso, las mujeres siguen. Hay mujeres que siguen y que multiplican todo lo que ya vieron. Tenemos muchos casos de mujeres que ya procuran espacios para apoyar a otras, eso ya es muy satisfactorio porque da cuenta de una acción sorora de transformación", explica Xiomara.


Lo recorrido y las sendas por caminar

Xiomara agradece a la vida por haberla llevado a estos espacios de trabajo y de crecimiento personal, pero siente que aún queda mucho por hacer. “Doy gracias a la vida que me trajo a estos espacios, muy duros, la mayoría de las veces, muy duros… pero también de vivencias que me marcaron”, expresa con gratitud.


Recapitula algunos de los momentos que más lleva en el corazón de todo su camino, como los reencuentros de padres con niños desaparecidos, los reencuentros de familias enteras y “los reencuentros de los que sobrevivieron con los que fueron desaparecidos, eso también llena de satisfacción porque es ayudar a sanar heridas”.  


En la balanza de lo personal, ahora también ocupa un gran espacio todo el trabajo y las vivencias con las mujeres GAM porque, como ella misma lo dice, “trabajar con grupos de mujeres que encontraron sus propias fuentes de poder personal, es todo un motivo de esperanza y me renueva en mi compromiso por dejarle a esas mujeres, a sus familias, a sus comunidades y al país, una senda de equidad donde los sueños de todas y de todos, caben y son valorados”. 


 

Textos: Carlos Henao - FICOPAZ

Fotografías: ODHAG

2025

  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 7 ago 2024
  • 11 Min. de lectura

Activista por la paz de América Latina y el Caribe



Los acontecimientos que nos marcan, las influencias que recibimos de la familia y los entornos, las habilidades que desarrollamos para gestionar las dificultades, la postura que asumimos ante las circunstancias, así como las decisiones que tomamos sobre lo que queremos para nosotros mismos y para quienes amamos, configuran nuestra historia de vida, con sus memorias, aprendizajes, recuerdos, sentimientos, aciertos y equivocaciones, y ella, a su vez, incide no solo en lo que somos, sino en lo que buscamos ser, es decir, en el propósito que marcamos para nuestra existencia. Y justo por sus vivencias, fue que Richard Jones (“Rick”) decidió convertirse, desde muy joven, en un decidido y activo CAMINANTE DE LA PAZ.


El menor de cinco hermanos, nacido en un pueblo del estado de Nueva York (EE. UU.), tuvo que afrontar durante su adolescencia tres pérdidas inesperadas: a sus 12 años perdió a su hermano mayor en un incomprensible accidente de tránsito causado por alguien que conducía en estado de embriaguez; poco después, a otro hermano, en similares circunstancias, y dos años más tarde, a su madre. Aquellos momentos lo obligaron a desafiar sentimientos dolorosos y a cuestionarse sobre su proyecto de vida: “Yo no sabía qué iba a hacer, pero decidí que fuera lo que fuera, tendría que ser algo que diera vida y valiera la pena”.


Al mismo tiempo, por fuera del hogar también se enfrentaba al miedo y la desazón que generaba la Guerra Fría: “Nos enseñaban que todo lo de Estados Unidos era bueno y todo lo de la Unión Soviética, malo. Y siendo un escolar, nos hacían aprender a escondernos bajo el escritorio, por si caía una bomba. Yo pensaba que eso era ridículo, pues no nos salvaría, pero me hizo descubrir que la posibilidad de una contienda nuclear era real. Así que en octavo grado comencé a protestar, a manifestar que lo que había que hacer no eran esos absurdos simulacros, sino poner fin a la confrontación, reconociendo las diversas posiciones”.


Al culminar su secundaria, eligió estudiar Literatura y Filosofía en una universidad jesuita, y aquello le generó aún más consciencia sobre los problemas sociales del mundo, especialmente en un curso llamado Fe, Paz y Justicia, donde integraban una fe activa con una dimensión política y de desobediencia civil: “Solo lo tomamos seis estudiantes, de más de 2 mil que tenían ofrecido el curso, y fue clave en mi formación porque por primera vez unía varios hilos de mi vida desde la fe y el deseo de paz y justicia”.


Tras culminar esa etapa, decidió unirse al cuerpo de voluntarios jesuitas en la ciudad de Detroit, la más poblada del estado de Michigan. Más del 90% de los habitantes era afrodescendiente vulnerable, había más de un 50% de desempleo y los niveles de violencias eran los más altos de todas las urbes del país. Fue en ese contexto donde Rick emprendió su trabajo comunitario: “Eran tiempos de contracorriente. El presidente Reagan tenía una filosofía para favorecer a las personas económicamente poderosas y privilegiadas, y quitar los derechos a los pobres. Para entonces, yo había escrito mi tesis sobre la libertad de expresión y la seguridad nacional, tomando como caso de estudio a El Salvador, y había empezado a convivir con personas que también se estaban comprometiendo con la paz. Eso me sirvió porque llegaban cientos de familias salvadoreñas buscando entrar a Canadá. Como había poca gente que hablara español, y yo lo había aprendido, me invitaron a conocerlas y a dialogar con ellas. Escuché historias de primera mano sobre tortura, violación y guerra, y todo eso me llevó a incluir en mi activismo la protesta para hacer visible lo que ocurría en ese país”.


Se refiere a lo sucedido entre 1979 y 1992, aproximadamente, con el choque entre las fuerzas del Estado y la organización guerrillera Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) durante la guerra civil de El Salvador. Entonces, cuando el conflicto era muy complejo, en 1988, Rick hizo una breve estancia en ese país para comprender mejor la situación, de la mano de activistas importantes como Segundo Montes, académico, filósofo, docente, sociólogo y sacerdote jesuita español, nacionalizado salvadoreño, quien se desempeñaba como director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA).


Lejos estaba el imaginar que al año siguiente se enteraría de que Montes y otros cinco jesuitas, una empleada y su hija adolescente serían asesinados una madrugada en la casa sacerdotal del campus universitario, a manos del gobierno de turno y sus fuerzas militares (entrenadas y financiadas por los Estados Unidos), con la excusa de que la UCA era un “refugio de subversivos” y, los jesuitas, “inhumanos e inmorales” solo porque manifestaban abiertamente estar a favor de los diálogos y la negociación.


Ese terrible crimen sería el detonante de su decisión definitiva: dedicarse en pleno a trabajar por la paz. “Yo les dije a mis compañeros: ‘si somos coherentes, nos debemos ir a acompañar a ese pueblo y a continuar con los esfuerzos de esos sacerdotes’, así que llamé a algunos conocidos y ellos me ayudaron a venir”.


Inició, entonces, su vinculación con la Arquidiócesis de San Salvador, donde se enfocó en temas de desplazamiento interno y en poner en ejercicio su opción por la dignidad de los menos favorecidos: “Hay que recordar que la guerra dejó más de un millón de personas desplazadas; casi el 30% de la población en este momento. Eran campesinos que solo cargaban poca ropa, no tenían nada. Muchos venían de comunidades de base. Por lo general, tenían baja educación formal: la mayoría, un segundo o tercer grado, si mucho un sexto. Sin embargo, tenían una visión bíblica de la justicia y la paz impresionante. Así que trabajé con muchos buscando crear opciones de empleo y desarrollar capacidades para la organización comunitaria”.


Con esas experiencias y aprendizajes en su haber, cuatro años después regresó a su país natal para cursar una Maestría en Relaciones Internacionales y Estudios de Ciencia Política en América Latina. Al graduarse, sin pensarlo dos veces, regresó a Centroamérica, esta vez a Nicaragua, como parte del equipo de Catholic Relief Services (CRS), la Cáritas de los Estados Unidos: “Era el año 97 y se adelantaba un proceso orientado a aprender a ‘construir paz’, porque, aunque se tenían muchos programas, ese no era en ese momento el foco prioritario. Así que creamos y llevamos comisiones de justicia y paz a las montañas donde no había jueces ni policías, y donde los conflictos se resolvían con pistolas y machetes (zonas azotadas por exsoldados, excontras y grupos delincuenciales que saqueaban con frecuencia las comunidades), con el objetivo de promover los derechos humanos y buscar la solución de forma pacífica, logrando bastante impacto en la zona central del país”.


Rememoremos que, tras el derrocamiento de la dictadura de Anastasio Somoza (y, con ello, de la dinastía de la familia Somoza, que había gobernado a Nicaragua durante décadas), en julio de 1979 comenzó un fuerte conflicto entre los contrarrevolucionarios o miembros de la autodenominada Resistencia Nicaragüense (los “contras”, que contaban con la financiación de los Estados Unidos), y el gobierno que asumió el poder, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que se mantuvo hasta 1990.


De todas formas, en 2001, con motivo de dos devastadores terremotos en El Salvador, Richard regresó con CRS a ese país para atender a las víctimas y, luego, para liderar programas con migrantes y jóvenes, lo que le posibilitó acercarse a otros relatos y hechos de constante violación a los derechos humanos que evidenciaban un desconocimiento de ellos por parte de la mayoría de la población y que, incluso, los encaraban con el dolor y sus profundas consecuencias tanto para las personas y familias, como para las comunidades: “Realmente no sabíamos cómo abordar el duelo; lo conocíamos, pero en esa época, apenas se nombraba”. Así que este tema adquirió profundo interés para este constructor de paz, al unir su experiencia personal con el duelo con los efectos que veía en cientos de personas que no habían desarrollado capacidades de resiliencia.


Así pues, el trabajo en diversos contextos y territorios con víctimas y victimarios de conflictos, jóvenes y familias con profundas desigualdades y graves problemas sociales, actores decisorios en los territorios, miembros de la Iglesia católica y la sociedad civil, hizo que Rick, aun con CRS, fuese consolidando sus conocimientos y propósitos a favor de la paz para irradiar sus inquietudes, preocupaciones, talentos y conocimientos a otros países latinoamericanos. Ejemplos son su colaboración con el Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) y la Secretariado Latinoamericano y del Caribe de Caritas (SELACC) en la Comisión de Paz, Derechos humanos y Democracia, así como su participación en diversos equipos tratando de apoyar la formación y acciones a favor de los derechos humanos; la promoción de estudios y reflexiones sobre la pastoral de los derechos humanos con colegas de otros países (escribió un libro al respecto con Rosa Inés Floriano, de Colombia); el diseño y orientación de programas de formación para una pastoral social transformadora; el acompañamiento a diferentes instancias de la Iglesia latinoamericana en procesos políticos de paz (en el caso de Colombia y otros países), o de búsqueda de soluciones a problemas sociales derivados de la pobreza, los conflictos o los fenómenos naturales (en Haití, República Dominicana y México, entre otros). También ha liderado programas de atención y formación de jóvenes que hacen o hicieron parte de pandillas u otro tipo de grupos al margen de la ley (en México, Guatemala, Nicaragua y El Salvador), y ha planificado y dirigido otros que vinculan democracia, paz y derechos humanos en diversos campos y con distintos tipos de personas y colectivos.


Por eso mismo, Rick guarda entre sus memorias cientos de anécdotas que le han marcado y que lo han hecho un convencido de que la construcción de una paz fortalecida sí es posible. Entre ellas, una cuando, en un encuentro entre excontras y sandinistas (en Nicaragua) que pretendía que antiguos adversarios emprendieran juntos un futuro pacífico, una persona se le acercó para confesarle que antes de esa experiencia su deseo era hacerles el mayor daño posible a sus enemigos, pero que había logrado aprender que ellos eran, finalmente, sus hermanos. O aquellas con víctimas de muchos tipos de violencia en Acapulco (México), cuando pudo constatar que después de escucharlas y acompañarlas no solo lograban superar las pérdidas, sino que trasformaban sus proyectos de vida para ayudar a otras personas a sanar: “No olvido a una madre que había perdido a su única hija y que, después de pasar el proceso, creó una entidad para encontrar a los desaparecidos y ayudar a sus familias. Eso es pasar de ser víctima a ser una sobreviviente sanadora, y demuestra que en el corazón del trabajo por la paz y la justicia, en medio de las realidades del trauma, son las víctimas quienes tienen que decidir el camino. Por eso, parte de mi trabajo central es crear los espacios donde puedan hallar la sanación y el propósito, sin forzarlo”.


Hoy por hoy, Rick reconoce que los conflictos actuales en Latinoamérica son más complejos, pues ya no son solo ideológicos, como sucedía en los años 80 y décadas anteriores, sino que son fruto, en su opinión, de intersecciones entre las acciones del crimen organizado; la corrupción pública y privada; las tendencias que llevan a pasar de la democracia a la autocracia y el autoritarismo; la promoción de la polarización como estrategia política; la tolerancia, normalización y expansión de ciertas violencias que permean todos los espacios de socialización (virtuales y presenciales, como los hogares las escuelas, los lugares de trabajo, las calles y lugares públicos); el incremento en las familias del abuso y de las violencias (doméstica, contra las mujeres o de género, entre otras); la persistencia, e incluso el incremento de la desigualdad, la inequidad y la impunidad, entre otros factores. De ahí que afirme que estamos padeciendo una violencia crónica en todos los niveles y espacios de socialización, que genera preocupantes dinámicas que se entrelazan y refuerzan en contra de la paz y la justicia, y que obligan a estar continuamente repensando, reestructurando y revisando colaborativamente las estrategias de construcción de la paz, para retomar los aprendizajes, reconocer errores y corregirlos.


Considera, pues, que nos hemos equivocado en general, y en la Iglesia especialmente, “al creer que no podemos hacer nada”, al perder a veces la esperanza. Además, “en pensar que la paz, los derechos humanos y la justicia son opuestos e independientes, porque realmente son partes integrales y, por eso mismo, el diálogo sobre ellos es necesario para construir una sociedad más justa y fraterna”.


Asimismo, opina que otros graves errores han sido, primero, “el no poner suficiente atención a la reconciliación”, o el considerar que es un asunto superfluo o de trabajo opcional en la construcción de la paz, “pues es fundamental para la sostenibilidad de los procesos”, y segundo, el pensar que la Iglesia y los actores institucionales son y deben ser las voces de las víctimas, pues si bien deben acompañar y animar, “nadie puede hablar por ellas, ni decidir por ellas el rol que van a asumir, o si van a dar o no perdón”, pues son potestades que solo están en sus manos.


A cambio, reconoce grandes y valiosos aprendizajes y aciertos de la Iglesia, como el reconocer la importancia que tiene la memoria histórica (en el caso de Colombia, por ejemplo); el procurar la articulación interinstitucional con la sociedad civil y con gobiernos para la definición de políticas públicas y figuras jurídicas que generen justicia y paz (como la creación de Tutela Legal, en El Salvador, semilla para la creación de la Oficina de los Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala); el enfocarse en los derechos humanos y el tomar como opción a los pobres, o el ocupar el papel de tercero imparcial en la búsqueda de acuerdos de paz.


Así pues, para continuar superando los inconvenientes y aprovechando los aciertos, Rick hace unas recomendaciones a quienes, como él, son o quieren ser constructores de paz: “Seguir fortaleciendo procesos locales, es decir, las capacidades de las personas en sus territorios. Convocar a los demás actores para que juntos contribuyamos a la paz y la cohesión social; por lo tanto, debemos articularnos con diferentes actores y sectores. Generar diálogos tanto sociales como políticos, pues las divisiones, la polarización y los radicalismos están generando guerras culturales en muchos de nuestros países. Reconocer y dialogar sobre temas polémicos y espinosos para la Iglesia y nuestras sociedades, como las expresiones de la diversidad, en vez de estar simplemente denunciando; propiciar diálogos o participar en ellos, buscando espacios para proponer y hacer algo constructivo. Y con respecto a las injusticias, hay que seguir persistiendo, exigiendo y demandando procesos con los gobiernos en los cuales la Iglesia pueda jugar ese rol de convocar y generar diálogos políticos para construir procesos más justos y equitativos”.


A lo anterior agrega que es absolutamente necesario y urgente observar y analizar las violencias de una manera más profunda y sistémica, no asumiendo cada tipo como si fuera una cuestión aislada, sino reconociendo las interconexiones entre las diversas expresiones y los nexos que existen entre las causas y los efectos: “Por ejemplo, en El Salvador, en la inmensa mayoría de casos de jóvenes que participan en pandillas se ha encontrado que sus madres fueron víctimas de violencia doméstica; por eso, si no se trabaja esa problemática de la mujer, no se llegará al fondo de la causa y de la solución de los problemas juveniles”. Por eso, reconociendo el aporte de las metodologías de construcción de paz, opina que ellas son limitadas si se asumen en proyectos cortos y dispersos, o si no se enlazan entre ellas, porque si algo le ha enseñado su trayectoria de vida como constructor de paz es que se necesitan procesos integrales, constantes y persistentes, al tener como fin último la reedificación y resignificación de las relaciones entre los seres humanos.


Este es pues, un breve recuento de la biografía y de las reflexiones de Richard Jones, quien nos demuestra que desde un cristianismo transformador y con compromiso con los derechos y la dignidad humana, es posible llevar a la realidad “un proyecto de vida capaz de llenar el corazón”, como nos lo recuerda otro caminante de la paz, el Papa Francisco; un proyecto de existencia capaz de transformar dolores, miedos, desazón y desesperanza en procesos sanadores y de cambio positivo de la propia vida, del entorno y de quienes nos rodean; un proyecto que, como él lo deseaba, dé vida y valga la pena.

 

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotografía: Ricardo Contreras

2023

  • Foto del escritor: Caminando hacia la Paz
    Caminando hacia la Paz
  • 20 mar 2024
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 4 jul 2024

Gerente para América Latina de la Fundación Internacional del Buen Pastor


No subestimemos el valor del ejemplo, porque tiene más fuerza que mil palabras”, dice el Papa Francisco, y así lo confirman diversos estudios socio, psico y pedagógicos que han demostrado que su poder reside en que posibilita, a lo largo y ancho de la vida, de forma frecuente, sencilla y concreta, visibilizar la puesta en acción de valores, principios, conceptos y actitudes, en contextos y momentos específicos. Además, faculta comprender o interpretar la realidad circundante, así como replicar maneras de acercarse y relacionarse con uno mismo, con otros seres vivos y con todo aquello material e inmaterial que existe alrededor. Por consiguiente, a partir de la demostración, el ejemplo es, sin duda, una estrategia inestimable para enseñar y aprender a construir un mundo más pacífico, justo e incluyente.


Heidy Hochstatter es fruto del ejemplo, y ella misma lo es para nuevos caminantes de la paz. Por eso, dedicamos esta sección a esta mujer boliviana, quien desde hace más de 18 años está vinculada a la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor y desde el 2015 es gerente regional de la Fundación Internacional del Buen Pastor para América Latina.


Heidy, la menor de seis hermanos (“pero no pequeña”, como ella aclara), se define como mujer, madre y apasionada por la misión de la fundación que orienta. Nos cuenta que nació en diciembre de 1971 y que gracias a sus padres aprendió la sensibilidad por lo social:


Por ellos tengo una imagen muy fuerte del servicio a los demás, porque siempre los recuerdo comprometidos con apoyar las necesidades de los más vulnerables. Él era médico, y tenía el consultorio en casa; siempre atendía en horas de la tarde a personas que no tenían dinero para pagarle. Para él no había diferencia entre los que tenían recursos y los que no; la atención y el trato eran los mismos. Incluso, hizo el esfuerzo de aprender el quechua para poder comunicarse en esa lengua, y aun, siendo jubilado, sigió al servicio de mucha gente. Así que me enseñaron a mirar a todos con los mismos ojos, a observar las realidades, a adaptarnos a ellas. De mis padres heredé esa visión de considerar a las personas no desde sus situaciones o rasgos particulares, sino desde el potencial que cada ser humano tiene.


Más tarde, esa visión la reforzó, sin darse cuenta, cuando estudió en un colegio jesuita, donde la solidaridad y la dignidad humana eran ejes transversales de la formación; después, en la etapa universitaria, al hacer una ingeniería en temas de alimentación y agroindustriales. Y es que, contrario a lo que muchos piensan, todas las profesiones, aun las de enfoque técnico o aquellas de las mal llamadas ciencias duras, tienen y deben poner en ejercicio un enfoque de servicio a la humanidad:


Siempre me preguntan qué tiene que ver lo que estudié con lo social. Yo, al principio, tampoco lo entendí, pero fue interesante descubrirlo. Al graduarme comencé a trabajar en temas de desarrollo humano, en un programa gubernamental que se orientaba a la protección de la primera infancia; allí me dediqué a asuntos nutricionales. Debíamos visitar 28 municipios del que era el segundo departamento más pobre del país, Chuquisaca. Íbamos a centros de desarrollo integral, donde niños y niñas menores de 6 años pasaban hasta ocho horas. Y ahí comencé a convivir, ya de adulta, con ambientes muy diferentes a los míos, de profunda vulnerabilidad. Eso no solo me motivó a realizar después un diplomado en seguridad alimentaria y desarrollo humano, sino que fue una experiencia que me marcó profundamente, porque me permitió entender que no se trata de contentarme con lo que tengo que hacer, sino de vivir mirando más allá para descubrir qué más puedo aportar.



Así, de su hogar y en esa primera experiencia laboral, esta mujer (tranquila, observadora y de palabra meditada y pausada), asimiló la importancia que tiene el papel de las culturas en la configuración de las realidades sociales, a no juzgar los hechos desde la dicotomía simplista de lo bueno/lo malo, y a contar con los talentos y saberes de cada comunidad para resolver sus propias problemáticas. Por ello, ha enfocado los programas y proyectos que tiene a su cargo desde métodos participativos, donde la empatía y el respeto por todas y cada una de las personas y sus cosmogonías son fundamentales.


Nunca podemos analizar las situaciones desde nuestra propia cultura, o desde la cultura dominante. Debemos compartir con la gente, aprender de ella, entender el contexto en el que interactuamos, identificar diferencias y similitudes con nuestra cultura. Por ejemplo, en ese proyecto de protección de la primera infancia, entendimos que, si bien las comunidades son distintas, el rol de la mujer es similar en asuntos como el estar al cuidado de los niños o las niñas, o en la responsabilidad de preparar los alimentos. Por eso, lo que hicimos fue que, a pesar de que teníamos una donación del Programa Mundial de Alimentos, buscamos rescatar aquellos ingredientes y saberes culinarios tradicionales. Ahí observamos que el problema nutricional no era que no hubiera qué comer, sino que no sabían preparar o aprovechar lo que tenían. Así que nos pusimos a cocinar con las mujeres, a enseñarles, pero, sobre todo, a aprender de ellas. Era un compartir, un hablar de mujeres, un mirar unidas para comprender juntas la desigualdad y la vulnerabilidad de la mujer [.…]. Empecé a cambiar la mirada a los problemas… a notar en las mujeres la fuerza que tienen… a entender el rol que tenemos los que trabajamos en lo social, porque somos quienes llevamos o hacemos que se escuche la voz de otras personas.


Tras más de 6 años trabajando en programas de nutrición integral, seguridad alimentaria y alimentación escolar, llegaron nuevos desafíos para Heidy, como el trasladarse de ciudad por motivos familiares (de su natal Sucre a Santa Cruz), y el conectarse con las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, con quienes ha desarrollado, desde entonces, su proyecto de vida.


Era el año 2004 cuando un encuentro casual con una religiosa, amiga de su hermana, le permitió darse cuenta de que, pese a que en ese momento no había una comunidad de la congregación como tal en Santa Cruz, empezarían allí un proyecto social con mujeres. Su hermana le hizo prometer que las ayudaría, y ha cumplido su promesa a rajatabla hasta ahora.


Se trataba de un proyecto orientado a atender, formar, acompañar y empoderar a mujeres viviendo con el VIH (a las que solo se diagnosticaba, en aquella época, porque a sus hijos recién nacidos se les identificaba la presencia del virus): un tema mudo para el que no había propuestas similares en el país, que la gente asociaba solo con vergüenza, homosexualidad y pecado, y que generaba enérgicos cuestionamientos sobre el porqué una organización de Iglesia se interesaba por él.


Recuerdo a una mujer que murió. Nadie la quería tocar, ni mover, ni enterrar, pues les daba miedo contagiarse. Así que nosotras, las que trabajábamos en el proyecto, tuvimos que hacerlo: alistarla, meterla en el cajón, llevarla al cementerio, ponerla en la tierra, rezar por ella. Ese día llovía, era un lugar alejadísimo, y la soledad de esa mujer, por la estigmatización y la desinformación, era profunda. Ahí me dije: tenemos que empezar a conocer, a informarnos sobre estas y todas las situaciones, a averiguar qué hay detrás de la historia de cada persona, a sensibilizar, porque hay quienes están muriendo y nosotros podemos hacer la diferencia en momentos muy difíciles de mujeres que nos necesitan y que nosotras mismas podemos necesitar.


Así, por circunstancias como esas, decidieron continuar, aprender, abrirse camino entre las organizaciones sociales y llevar la iniciativa hasta tal punto que lograron hacer notables los derechos de las mujeres, contribuir a desmitificar lo que significaba relacionarse con alguien que tenía el virus, que ellas se formaran para empoderarse y demandar sus derechos e, incluso, conseguir la adopción de políticas públicas para que se les permitiera acceder a los medicamentos y ser tratadas con dignidad en espacios de sanidad y en otros de la sociedad:


Mucha gente nos ha cuestionado nuestros inicios como congregación católica, porque veían a una Iglesia cuestionante, excluyente y discriminadora hacia las personas con VIH, pero el ejemplo del trabajo colocando a las mujeres participantes en el centro del proyecto, trabajando desde su dignidad y desde la acogida y compromiso, fue lo que cambió la imagen hacia una Iglesia inclusiva, caminando al lado de los más vulnerados.



Esa experiencia llevó a que, en 2012, Heidy asumiera la dirección de la Fundación Levántate Mujer –que las mismas hermanas habían creado ese año para dar continuidad a ese proyecto inicial– y desarrollara otras acciones de apoyo a mujeres, niñas, niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, trabajando por una sociedad libre de violencia. Tres años después, asumió la Dirección Regional, para América Latina, de la Fundación Internacional del Buen Pastor, creada por las Hermanas del Buen Pastor, y fue cuando su ejemplo trascendió, y comenzó a ser guía en diversos países de Norte, Centro y Suramérica, dado que, sin duda, si hay alguien que conozca las realidades de la vulnerabilidad en esta región y sus transformaciones en los últimos años, o que sea autoridad para dar sugerencias que permitan afrontar los retos actuales y por venir, es ella.


De ahí que sea significativo considerar sus apreciaciones sobre la paz en América Latina y el Caribe. Entre ellas, considera que el abordaje de las vulnerabilidades, especialmente en lo que atañe a las mujeres, debe pasar por conseguir, mediante la pedagogía y las relaciones interinstitucionales, que se asuma desde sectores gubernamentales, productivos, civiles y religiosos, un compromiso multidisciplinario, multinivel e intersectorial, que va más allá de cumplir con estándares y las metas de desarrollo humano o de igualdad de género; un compromiso que requiere menos lecturas mediáticas, publicitarias e internacionales y, en cambio, otras más in situ, más de escucha a las mismas mujeres en sus entonos familiares y locales.


Siento que los desafíos para la paz en América Latina, en general, continúan siendo los mismos, pero con respecto a las mujeres, a las adolescentes y a las niñas, se han incrementado, porque si bien ahora hay mayor apertura para su participación política, social y en el entorno familiar, no se ven fuertes cambios ni en las leyes, ni en el sistema judicial, ni en el nivel local y comunitario. Sí, hay varios programas orientados a atenderlas; sí, hay políticas; sí, se crean nuevas instancias gubernamentales; sí, hay mucho ruido informativo sobre su situación; pero la realidad en lo cotidiano no ha tenido muchas variaciones. Persiste una brecha muy grande de género que, después de la pandemia, se ha agravado. Por ejemplo, no hemos visto respuestas claras de los gobiernos y la sociedad civil a la situación de vulnerabilidad directa que tienen las mujeres en sus hogares; ni a la violencia que se ejerce sobre ellas en las calles, espacios públicos, instituciones educativas o lugares de trabajo; tampoco a la falta de oportunidades efectivas, reales, para el acceso a la educación, a recursos económicos seguros que les permitan vivir, a posibilidades de formación […].


También hay un movimiento internacional, mediático y exógeno muy fuerte de las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos, pero ya en nuestros territorios latinoamericanos la agenda es otra, las angustias son distintas, los desafíos son otros, porque sus preocupaciones prioritarias no están relacionadas con el derecho al aborto, por ejemplo, sino más ligadas a su subsistencia, a tener un techo seguro, a su supervivencia económica, a su acceso al agua potable, a su estabilidad territorial, a su movilidad, pues siguen viviendo, por ejemplo, de forma recurrente, la migración forzada por causa de las violencias. Acá la agenda de nuestras mujeres es otra, siguen siendo las cabezas de la familia, pero no es solamente un tema de responsabilidad con esa familia, sino de las condiciones de vida de esa familia […]. Acá la pobreza sigue teniendo rostro de mujer.


Por eso, Heidy recomienda a todos los constructores y constructoras de paz, y a quienes formamos parte de la Iglesia, articular los discursos institucionales, los discursos mediáticos, la agenda internacional y la agenda eclesial y pastoral, con los discursos de las mismas mujeres, surgidos de sus propias intranquilidades y necesidades, de sus voces, de su existencia en sus contextos. Vincular, por ejemplo, los mensajes feministas con otros que, con timidez y sin tanto respaldo ni tecnología, miles de mujeres, en distintos lugares de Latinoamérica, apenas están aprendiendo a construir, expresar y defender.


De igual forma, piensa que es esencial para la región continuar con ahínco con los esfuerzos para empoderar a las mujeres, desde la infancia, como único camino para transformar las realidades y las culturas, no solo para la mitigación, prevención y atención a las víctimas de violencias, sino también para darles espacios de diálogo propositivo y generativo a miles que no tienen tiempo o no están acostumbradas a participar en escenarios tradicionales de intervención o de protesta social (indígenas, campesinas, o mujeres que deben cuidar a sus hijos, por ejemplo). Esfuerzos para cambiar las miradas técnicas por unas más humanas, para hacer énfasis en la empatía y la sororidad, para reforzar el trabajo mancomunado. Esfuerzos que no se fundamenten y no repliquen, simplemente, discursos que no son propios, que no nacen en las bases sino en intereses económicos o ajenos. Esfuerzos por hacer la diferencia.


Heidy Hochstatter es, pues, un ejemplo vivo de cristiandad. Una mujer al servicio de las mujeres y, por medio de ellas, de la humanidad, que atendió ese llamado del Evangelio a ser testimonio hablado de amor. Un ejemplo para los creyentes “en palabra, conducta, espíritu, fe y pureza” (Timoteo 4:12), como se nos demanda a quienes queremos continuar este camino de construir paz.


 

Ver video: Rostros, el modelo del Buen Pastor - Conoce a Heidy Hochstatter, hoy ella contara su historia

 

Textos: Gloria Londoño Monroy

Fotos: GSIF Al

2023

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