En el diccionario de la paz, abordamos el concepto de SORORIDAD, desde las vivencias y aportes de caminantes de paz de República Dominicana, Colombia, El Salvador y México.
Caminando Hacia la Paz - Comunidad de Práctica
© 2023
En el diccionario de la paz, abordamos el concepto de SORORIDAD, desde las vivencias y aportes de caminantes de paz de República Dominicana, Colombia, El Salvador y México.
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Comunidad Óscar Arnulfo Romero, COAR: 43 años de atención integral a niños, niñas, adolescentes y jóvenes salvadoreños sobrevivientes de situaciones de violencia
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son más que un sueño plasmado en papel: son una guía para mejorar progresivamente las condiciones de vida de todas las personas y comunidades, en cualquier territorio del mundo. Entre ellos están el 16, de paz, justicia e instituciones sólidas, y el 17, de alianzas institucionales, con los cuales la Iglesia está profundamente vinculada y comprometida. En El Salvador, la Comunidad Óscar Arnulfo Romero, mejor conocida como COAR, es una de esas organizaciones que expresan su compromiso con el cumplimiento de las metas de los ODS desde la fe y la luz del Evangelio.
La obra —afiliada a la Arquidiócesis de San Salvador, encabezada actualmente por monseñor José Luis Escobar Alas, con el acompañamiento del Pbro. Edwin Enríquez, vicario episcopal de Promoción Humana de la Arquidiócesis, y con gran apoyo de la Iglesia católica de Estados Unidos de América—, comenzó su trasegar hacia la construcción de paz en 1980, cuando Ken Myers, sacerdote y misionero católico de Cleveland (EE. UU.), que servía en Zaragoza (El Salvador), fundó un recinto para acoger y atender a la niñez afectada por múltiples conflictos que ese mismo año detonaron la ‘guerra civil salvadoreña’ (1980-1992). Tal lugar, verdadero hogar para niños, niñas y adolescentes refugiados, provenientes de todas las regiones del país, recibió su nombre en honor a mmonseñor Óscar Arnulfo Romero, portavoz de las personas pobres, marginadas y vulnerables, asesinado ese mismo año por miembros del ejército, declarado mártir por la Iglesia, beatificado años después y canonizado en 2018.
Así pues, desde su fundación, ha estado al servicio de la infancia y la adolescencia, en particular cuando niñas, niños y adolescentes han vivido experiencias traumáticas que atentan contra su dignidad, y que les impiden ser agentes de cambio, tanto para ellos como para las comunidades. Eso lo logra no solo manteniendo el hogar original (COAR Children Village, COARCV; COAR Villa de los Niños y Niñas), el cual brinda una atención integral en las diferentes áreas de desarrollo humano, sino también gracias a las alianzas con otras instituciones fundamentales para apoyar a jóvenes externos al hogar para que puedan construir habilidades sociales y laborales; igualmente, con organizaciones privadas orientadas a la niñez (nacionales e internacionales), otras instancias o entidades de la Iglesia (salvadoreñas o de otros países) y actores públicos-gubernamentales. Por ejemplo, para proteger a niños, niñas o adolescentes que cuentan con medidas de cuidado alternativo o de restitución de sus derechos; para ofrecer becas de estudio para que los adolescentes y jóvenes que culminan sus bachilleratos puedan continuar su educación formal y desplegar, así, sus talentos, conocimientos y competencias; o para ayudar a jóvenes sin entornos familiares estables para que consoliden su proceso de independización al llegar a la adultez, entre otras acciones.
Marta Elizabeth Calderón es directora de COARCV, y nos cuenta que, aunque en estos 43 años las condiciones salvadoreñas han cambiado, el sentido de la organización ha permanecido, al dignificar vidas y transformar las historias de las personas acompañadas, promoviendo la reconciliación con ellas mismas, primero, para que luego puedan promover y realizar por sí mismas cambios positivos en sus entornos familiar, comunitario y social:
En 1992 se firmó el acuerdo de paz (se refiere a los Acuerdos de Chapultepec, firmados el 16 de enero de 1992 entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, en el Castillo de Chapultepec, México). Entonces, muchos niños, niñas y adolescentes comenzaron a regresar a sus entornos familiares. Al llegar, se encontraron una sociedad compleja, herida, con profundo dolor por tantas pérdidas de la guerra y sin apoyo para su recuperación. Una sociedad con unas características distintas a las que habían dejado antes de marcharse: ya no con violencias por los enfrentamientos armados, pero sí con una violencia social difusa. A eso se sumaban las soledades, los vacíos, los miedos y las desconfianzas de los que retornaban, y las necesidades enormes de una familia y de una Iglesia que los acogiera. Llegaban a un entorno caracterizado por la injusticia, principal estrago de una guerra, y por el maltrato.
En su mayoría, esos niños y niñas no eran huérfanos por ausencia de padre y/o madre debido a su fallecimiento, sino en el sentido de que estos no eran responsables, no les garantizaban sus derechos y no les ofrecían una vida plena.
En ese contexto de dolor marcado, viviendo una historia de posguerra, los niños, niñas y adolescentes no tenían las condiciones de vida que necesitaban, apoyo para su recuperación, herramientas de crianza y ni el amor que les permitiera crecer para ser hombres y mujeres plenos en su desarrollo.
Por eso COAR se volcó en ser una familia para ellos y ellas, para que no perdieran esa base o núcleo de apoyo fundamental, para que construyeran valores de familia y para que tuvieran una vida con dignidad.
En los primeros años, las experiencias fueron duras, pero les dejaron grandes enseñanzas. Por ejemplo, además del hogar principal (la Villa, ubicada en el municipio de Zaragoza, departamento La Libertad), construyeron una red de viviendas donde convivían niños, niñas y/o adolescentes con personas adultas que los cuidaban y acompañaban, pero pronto vieron que algunos de quienes llevaban a sus hijos, hijas o familiares a cargo para que vivieran allí, debido a sus situaciones de extrema pobreza, muchas veces se desentendían, lo que motivó rediseñar el modelo de atención para involucrar más a las familias.
Por otra parte, también se evidenció la necesidad de una normativa de país que definiera los criterios para garantizar a la niñez y adolescencia el ejercicio de sus derechos, lo cual solo se logró en 2009, cuando se creó el Sistema Nacional de Protección Integral y la Ley de Protección Integral de la Niñez y Adolescencia (LEPINA, derogada en 2023). No obstante, poco después, pese a la existencia del marco legal, notaron que si bien algunos niños y niñas deseaban reintegrarse a sus familias, estas no tenían las condiciones para recibirlos o, peor aún, que al hacerlo los desatendían o maltrataban. De ahí que también comenzaron a pensar en la necesidad de trabajar para que las familias tuvieran la preparación no solo económica, sino integral, para acompañar el crecimiento de quienes eran atendidos.
De otro lado, el modelo de atención institucional se centró, al inicio, en la ‘formación del ser’, pero a medida que los niños y niñas crecían y se convertían en jóvenes, también requerían competencias para insertarse en el sistema económico, de ahí que poco a poco fueron fortaleciéndolo con una ‘formación del ser para el hacer’. Además, notaron que esos y esas adolescentes que llegaban a la juventud necesitaban también no sentirse abandonados a su suerte tras cumplir la mayoría de edad legal, requiriendo acompañamiento y formación para hacer realidad su proyecto de vida.
Así pues, poco a poco, las anécdotas y los testimonios difíciles, en voces de quienes recibían atención y protección, así como los aprendizajes de las personas que hacían parte de la Comunidad COAR, fueron enriqueciendo la propuesta metodológica identitaria, que tiene, en la actualidad, además de ese enfoque en el ser para el hacer a la luz del Evangelio, otras particularidades. Por una parte, que sean los mismos niños, niñas y adolescentes (de 0 a 17 años, especialmente, aunque también algunos jóvenes) los protagonistas de su propio desarrollo, propiciando sus habilidades de participación y dejando de lado estilos adultocentristas. Por otra, el involucramiento fuerte de las familias, las comunidades y los entornos sociales en los procesos de formación, acompañamiento y atención (primaria, secundaria y terciaria), por ejemplo, ofreciéndoles, de forma permanente, espacios de formación en ‘escuelas de padres y madres’. Por otra más, el diseño y desarrollo para cada niño, niña o adolescente, de un plan de acompañamiento personalizado desde una perspectiva integral, la cual incluye componentes de salud (medicina general y especializada, odontología, atención psicológica, nutrición), educación (formal, informal y para el trabajo y la vida), protección, ética, espiritualidad y comunicación participativa. Así lo describe Marta:
Cuando recibimos solicitudes de ayuda, lo que hacemos es analizar cada caso y hacer un plan de acompañamiento a la medida, que integre todas las áreas de desarrollo humano, no enfocándonos en la historia de esa persona, sino en el daño que en la actualidad está experimentando, evidenciando y expresando. Sí, retomamos su historia, pero la trabajamos para que ese humano, hijo de Dios, sane.
En ese plan incluimos la salud integral, educación formal, educación para desplegar habilidades laborales y educación informal para el desarrollo del ser. También tratamos de construir una ética personal en los niños, las niñas, las y los adolescentes que atendemos, que va más allá de los valores, pues estos son subjetivos, para incluir acuerdos innegociables orientados al bien común.
Además, ponemos mucha atención a la parte emocional, atendiendo los traumas, porque estamos convencidos de que si no se hace un proceso de recuperación, ese niño o esa niña no podrá enfocarse en su proyecto de vida.
De ahí que demos importancia a la espiritualidad, pues sea cual sea la filiación religiosa del niño, la niña o el o la adolescente, o sea que estén enojados con Dios por lo que les ha sucedido, consideramos que esa parte es significativa para ayudarles a reconstruir sus vidas. De ahí que lo hagamos desde los principios del Evangelio, pero respetando el credo de todas las personas, por ejemplo, algunos participan en oraciones ecuménicas.
Por otra parte, atendemos la relación de esa persona con su comunidad, y para eso, empleamos estrategias de comunicación participativa, como los círculos de diálogo y de reflexiones comunitarias, en las que se le garantice a ese niño, niña o adolescente su derecho a la participación y a la crítica constructiva. Por ejemplo, se les acompaña para que participen en campañas para promover el conocimiento y el respeto a los derechos de la niñez y la adolescencia (orientadas a los mismos niños, niñas y adolescentes, y a otras personas adultas); en encuentros regionales y actividades con las parroquias de sensibilización de la garantía de esos derechos; en campañas para sensibilizar sobre la garantía de los derechos de niños, niñas y adolescentes que están en tránsito en los países centroamericanos debido a procesos de migración irregular; en procesos formativos para la prevención de violencias en centros educativos; y en programas para que, mediante alianzas estratégicas (con universidades, por ejemplo), los jóvenes que terminan sus estudios de bachillerato tengan posibilidades para ingresar a la universidad o tengan acceso a empleos dignos.
Así, incidimos en sus vidas, para que sanen sus heridas emocionales y espirituales, desaprendan formas inadecuadas y aprendan otras más sanas para relacionarse con ellos mismos, con sus familias, la comunidad y la sociedad en general.
Desde hace más de 40 años, COAR es, pues, esperanza, oportunidades y conocimiento al servicio de la construcción de paz; una organización que gracias a muchas personas e instituciones amigas, y al acompañamiento y apoyo de la Arquidiócesis de San Salvador, ha escalado en su alcance gracias a que ha aprendido de sus experiencias y a que siempre tiene puesta su atención en los retos que depara el futuro. Por eso, Marta nos advierte sobre algunos retos que están afrontando, como lo son la falta de sensibilidad y los pensamientos radicales en cuanto a los procesos formativos hacia la niñez y la adolescencia que identifican en la sociedad salvadoreña actual; la poca priorización o el desinterés que se evidencia en la agenda de Estado para contribuir al desarrollo integral de los niños y las niñas, pues si bien hay discurso, de este no se pasa a la acción y a la inversión pública; y, de forma especial, la gravedad de las heridas emocionales y espirituales de la población atendida:
Cada vez es más profundo el dolor y el daño emocional; por lo tanto, los procesos de recuperación son más lentos y complejos. Esto nos sitúa ante enormes desafíos, especialmente tras la pandemia; por ejemplo, en el área educativa identificamos que hay muchos adolescentes que, por deficiencia en el acceso y garantía de sus derechos, no asistieron a la escuela en modalidad a distancia en esa época y que, incluso, actualmente están totalmente desescolarizados. Eso los afecta grandemente porque experimentan grados de frustración y exclusión muy altos.
También hemos visto que el sistema educativo formal no está preparado para atender esa ansiedad y frustración que traen al regresar a la escuela los niños, las niñas y jóvenes, especialmente los que atendemos, por sus condiciones de vulnerabilidad, y por eso, a veces, en vez de ayudarles, lo que hacen es que retrocedan en el proceso de recuperación del trauma. De ahí que debamos fortalecer el trabajo con las comunidades académicas y el sistema de protección.
Es mucho el camino recorrido en estos 43 años de funcionamiento, pero también, largo, dificultoso y lleno de retos, aquel por el que esperan avanzar muchas décadas más para contribuir no solo al logro de las metas de los ODS, sino, además, para cumplir con ese llamado que Jesús hace en el Evangelio: trabajar por la dignidad humana y la construcción del Reino, sin distinción alguna, abrazando a todos y todas… “Sanando corazones, dignificando vidas” como reza el lema que los mismos niños, niñas y adolescentes eligieron para la efeméride de esta entidad que forma parte de nuestra comunidad de práctica Caminando Hacia la Paz.
Para información complementaria, se recomienda consultar:
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Textos: Gloria Londoño Monroy
Fotos: COAR
2023
Actualizado: 4 jul 2024
Gerente para América Latina de la Fundación Internacional del Buen Pastor
“No subestimemos el valor del ejemplo, porque tiene más fuerza que mil palabras”, dice el Papa Francisco, y así lo confirman diversos estudios socio, psico y pedagógicos que han demostrado que su poder reside en que posibilita, a lo largo y ancho de la vida, de forma frecuente, sencilla y concreta, visibilizar la puesta en acción de valores, principios, conceptos y actitudes, en contextos y momentos específicos. Además, faculta comprender o interpretar la realidad circundante, así como replicar maneras de acercarse y relacionarse con uno mismo, con otros seres vivos y con todo aquello material e inmaterial que existe alrededor. Por consiguiente, a partir de la demostración, el ejemplo es, sin duda, una estrategia inestimable para enseñar y aprender a construir un mundo más pacífico, justo e incluyente.
Heidy Hochstatter es fruto del ejemplo, y ella misma lo es para nuevos caminantes de la paz. Por eso, dedicamos esta sección a esta mujer boliviana, quien desde hace más de 18 años está vinculada a la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor y desde el 2015 es gerente regional de la Fundación Internacional del Buen Pastor para América Latina.
Heidy, la menor de seis hermanos (“pero no pequeña”, como ella aclara), se define como mujer, madre y apasionada por la misión de la fundación que orienta. Nos cuenta que nació en diciembre de 1971 y que gracias a sus padres aprendió la sensibilidad por lo social:
Por ellos tengo una imagen muy fuerte del servicio a los demás, porque siempre los recuerdo comprometidos con apoyar las necesidades de los más vulnerables. Él era médico, y tenía el consultorio en casa; siempre atendía en horas de la tarde a personas que no tenían dinero para pagarle. Para él no había diferencia entre los que tenían recursos y los que no; la atención y el trato eran los mismos. Incluso, hizo el esfuerzo de aprender el quechua para poder comunicarse en esa lengua, y aun, siendo jubilado, sigió al servicio de mucha gente. Así que me enseñaron a mirar a todos con los mismos ojos, a observar las realidades, a adaptarnos a ellas. De mis padres heredé esa visión de considerar a las personas no desde sus situaciones o rasgos particulares, sino desde el potencial que cada ser humano tiene.
Más tarde, esa visión la reforzó, sin darse cuenta, cuando estudió en un colegio jesuita, donde la solidaridad y la dignidad humana eran ejes transversales de la formación; después, en la etapa universitaria, al hacer una ingeniería en temas de alimentación y agroindustriales. Y es que, contrario a lo que muchos piensan, todas las profesiones, aun las de enfoque técnico o aquellas de las mal llamadas ciencias duras, tienen y deben poner en ejercicio un enfoque de servicio a la humanidad:
Siempre me preguntan qué tiene que ver lo que estudié con lo social. Yo, al principio, tampoco lo entendí, pero fue interesante descubrirlo. Al graduarme comencé a trabajar en temas de desarrollo humano, en un programa gubernamental que se orientaba a la protección de la primera infancia; allí me dediqué a asuntos nutricionales. Debíamos visitar 28 municipios del que era el segundo departamento más pobre del país, Chuquisaca. Íbamos a centros de desarrollo integral, donde niños y niñas menores de 6 años pasaban hasta ocho horas. Y ahí comencé a convivir, ya de adulta, con ambientes muy diferentes a los míos, de profunda vulnerabilidad. Eso no solo me motivó a realizar después un diplomado en seguridad alimentaria y desarrollo humano, sino que fue una experiencia que me marcó profundamente, porque me permitió entender que no se trata de contentarme con lo que tengo que hacer, sino de vivir mirando más allá para descubrir qué más puedo aportar.
Así, de su hogar y en esa primera experiencia laboral, esta mujer (tranquila, observadora y de palabra meditada y pausada), asimiló la importancia que tiene el papel de las culturas en la configuración de las realidades sociales, a no juzgar los hechos desde la dicotomía simplista de lo bueno/lo malo, y a contar con los talentos y saberes de cada comunidad para resolver sus propias problemáticas. Por ello, ha enfocado los programas y proyectos que tiene a su cargo desde métodos participativos, donde la empatía y el respeto por todas y cada una de las personas y sus cosmogonías son fundamentales.
Nunca podemos analizar las situaciones desde nuestra propia cultura, o desde la cultura dominante. Debemos compartir con la gente, aprender de ella, entender el contexto en el que interactuamos, identificar diferencias y similitudes con nuestra cultura. Por ejemplo, en ese proyecto de protección de la primera infancia, entendimos que, si bien las comunidades son distintas, el rol de la mujer es similar en asuntos como el estar al cuidado de los niños o las niñas, o en la responsabilidad de preparar los alimentos. Por eso, lo que hicimos fue que, a pesar de que teníamos una donación del Programa Mundial de Alimentos, buscamos rescatar aquellos ingredientes y saberes culinarios tradicionales. Ahí observamos que el problema nutricional no era que no hubiera qué comer, sino que no sabían preparar o aprovechar lo que tenían. Así que nos pusimos a cocinar con las mujeres, a enseñarles, pero, sobre todo, a aprender de ellas. Era un compartir, un hablar de mujeres, un mirar unidas para comprender juntas la desigualdad y la vulnerabilidad de la mujer [.…]. Empecé a cambiar la mirada a los problemas… a notar en las mujeres la fuerza que tienen… a entender el rol que tenemos los que trabajamos en lo social, porque somos quienes llevamos o hacemos que se escuche la voz de otras personas.
Tras más de 6 años trabajando en programas de nutrición integral, seguridad alimentaria y alimentación escolar, llegaron nuevos desafíos para Heidy, como el trasladarse de ciudad por motivos familiares (de su natal Sucre a Santa Cruz), y el conectarse con las hermanas de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, con quienes ha desarrollado, desde entonces, su proyecto de vida.
Era el año 2004 cuando un encuentro casual con una religiosa, amiga de su hermana, le permitió darse cuenta de que, pese a que en ese momento no había una comunidad de la congregación como tal en Santa Cruz, empezarían allí un proyecto social con mujeres. Su hermana le hizo prometer que las ayudaría, y ha cumplido su promesa a rajatabla hasta ahora.
Se trataba de un proyecto orientado a atender, formar, acompañar y empoderar a mujeres viviendo con el VIH (a las que solo se diagnosticaba, en aquella época, porque a sus hijos recién nacidos se les identificaba la presencia del virus): un tema mudo para el que no había propuestas similares en el país, que la gente asociaba solo con vergüenza, homosexualidad y pecado, y que generaba enérgicos cuestionamientos sobre el porqué una organización de Iglesia se interesaba por él.
Recuerdo a una mujer que murió. Nadie la quería tocar, ni mover, ni enterrar, pues les daba miedo contagiarse. Así que nosotras, las que trabajábamos en el proyecto, tuvimos que hacerlo: alistarla, meterla en el cajón, llevarla al cementerio, ponerla en la tierra, rezar por ella. Ese día llovía, era un lugar alejadísimo, y la soledad de esa mujer, por la estigmatización y la desinformación, era profunda. Ahí me dije: tenemos que empezar a conocer, a informarnos sobre estas y todas las situaciones, a averiguar qué hay detrás de la historia de cada persona, a sensibilizar, porque hay quienes están muriendo y nosotros podemos hacer la diferencia en momentos muy difíciles de mujeres que nos necesitan y que nosotras mismas podemos necesitar.
Así, por circunstancias como esas, decidieron continuar, aprender, abrirse camino entre las organizaciones sociales y llevar la iniciativa hasta tal punto que lograron hacer notables los derechos de las mujeres, contribuir a desmitificar lo que significaba relacionarse con alguien que tenía el virus, que ellas se formaran para empoderarse y demandar sus derechos e, incluso, conseguir la adopción de políticas públicas para que se les permitiera acceder a los medicamentos y ser tratadas con dignidad en espacios de sanidad y en otros de la sociedad:
Mucha gente nos ha cuestionado nuestros inicios como congregación católica, porque veían a una Iglesia cuestionante, excluyente y discriminadora hacia las personas con VIH, pero el ejemplo del trabajo colocando a las mujeres participantes en el centro del proyecto, trabajando desde su dignidad y desde la acogida y compromiso, fue lo que cambió la imagen hacia una Iglesia inclusiva, caminando al lado de los más vulnerados.
Esa experiencia llevó a que, en 2012, Heidy asumiera la dirección de la Fundación Levántate Mujer –que las mismas hermanas habían creado ese año para dar continuidad a ese proyecto inicial– y desarrollara otras acciones de apoyo a mujeres, niñas, niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad, trabajando por una sociedad libre de violencia. Tres años después, asumió la Dirección Regional, para América Latina, de la Fundación Internacional del Buen Pastor, creada por las Hermanas del Buen Pastor, y fue cuando su ejemplo trascendió, y comenzó a ser guía en diversos países de Norte, Centro y Suramérica, dado que, sin duda, si hay alguien que conozca las realidades de la vulnerabilidad en esta región y sus transformaciones en los últimos años, o que sea autoridad para dar sugerencias que permitan afrontar los retos actuales y por venir, es ella.
De ahí que sea significativo considerar sus apreciaciones sobre la paz en América Latina y el Caribe. Entre ellas, considera que el abordaje de las vulnerabilidades, especialmente en lo que atañe a las mujeres, debe pasar por conseguir, mediante la pedagogía y las relaciones interinstitucionales, que se asuma desde sectores gubernamentales, productivos, civiles y religiosos, un compromiso multidisciplinario, multinivel e intersectorial, que va más allá de cumplir con estándares y las metas de desarrollo humano o de igualdad de género; un compromiso que requiere menos lecturas mediáticas, publicitarias e internacionales y, en cambio, otras más in situ, más de escucha a las mismas mujeres en sus entonos familiares y locales.
Siento que los desafíos para la paz en América Latina, en general, continúan siendo los mismos, pero con respecto a las mujeres, a las adolescentes y a las niñas, se han incrementado, porque si bien ahora hay mayor apertura para su participación política, social y en el entorno familiar, no se ven fuertes cambios ni en las leyes, ni en el sistema judicial, ni en el nivel local y comunitario. Sí, hay varios programas orientados a atenderlas; sí, hay políticas; sí, se crean nuevas instancias gubernamentales; sí, hay mucho ruido informativo sobre su situación; pero la realidad en lo cotidiano no ha tenido muchas variaciones. Persiste una brecha muy grande de género que, después de la pandemia, se ha agravado. Por ejemplo, no hemos visto respuestas claras de los gobiernos y la sociedad civil a la situación de vulnerabilidad directa que tienen las mujeres en sus hogares; ni a la violencia que se ejerce sobre ellas en las calles, espacios públicos, instituciones educativas o lugares de trabajo; tampoco a la falta de oportunidades efectivas, reales, para el acceso a la educación, a recursos económicos seguros que les permitan vivir, a posibilidades de formación […].
También hay un movimiento internacional, mediático y exógeno muy fuerte de las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos, pero ya en nuestros territorios latinoamericanos la agenda es otra, las angustias son distintas, los desafíos son otros, porque sus preocupaciones prioritarias no están relacionadas con el derecho al aborto, por ejemplo, sino más ligadas a su subsistencia, a tener un techo seguro, a su supervivencia económica, a su acceso al agua potable, a su estabilidad territorial, a su movilidad, pues siguen viviendo, por ejemplo, de forma recurrente, la migración forzada por causa de las violencias. Acá la agenda de nuestras mujeres es otra, siguen siendo las cabezas de la familia, pero no es solamente un tema de responsabilidad con esa familia, sino de las condiciones de vida de esa familia […]. Acá la pobreza sigue teniendo rostro de mujer.
Por eso, Heidy recomienda a todos los constructores y constructoras de paz, y a quienes formamos parte de la Iglesia, articular los discursos institucionales, los discursos mediáticos, la agenda internacional y la agenda eclesial y pastoral, con los discursos de las mismas mujeres, surgidos de sus propias intranquilidades y necesidades, de sus voces, de su existencia en sus contextos. Vincular, por ejemplo, los mensajes feministas con otros que, con timidez y sin tanto respaldo ni tecnología, miles de mujeres, en distintos lugares de Latinoamérica, apenas están aprendiendo a construir, expresar y defender.
De igual forma, piensa que es esencial para la región continuar con ahínco con los esfuerzos para empoderar a las mujeres, desde la infancia, como único camino para transformar las realidades y las culturas, no solo para la mitigación, prevención y atención a las víctimas de violencias, sino también para darles espacios de diálogo propositivo y generativo a miles que no tienen tiempo o no están acostumbradas a participar en escenarios tradicionales de intervención o de protesta social (indígenas, campesinas, o mujeres que deben cuidar a sus hijos, por ejemplo). Esfuerzos para cambiar las miradas técnicas por unas más humanas, para hacer énfasis en la empatía y la sororidad, para reforzar el trabajo mancomunado. Esfuerzos que no se fundamenten y no repliquen, simplemente, discursos que no son propios, que no nacen en las bases sino en intereses económicos o ajenos. Esfuerzos por hacer la diferencia.
Heidy Hochstatter es, pues, un ejemplo vivo de cristiandad. Una mujer al servicio de las mujeres y, por medio de ellas, de la humanidad, que atendió ese llamado del Evangelio a ser testimonio hablado de amor. Un ejemplo para los creyentes “en palabra, conducta, espíritu, fe y pureza” (Timoteo 4:12), como se nos demanda a quienes queremos continuar este camino de construir paz.
Ver video: Rostros, el modelo del Buen Pastor - Conoce a Heidy Hochstatter, hoy ella contara su historia
Textos: Gloria Londoño Monroy
Fotos: GSIF Al
2023